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Regreso al Hogar
Al regresar atravieso el zaguán y miro alrededor. Es el viejo cortijo de mi padre. El charco en el medio. Entremezclados objetos viejos e inservibles cierran el paso hacia la escalera del granero. El gato acecha desde el balcón. Un trapo desgarrado, atado alguna vez a una barra, mientras alguien jugaba se agita al viento. He llegado. ¿Quién me recibirá?. ¿Quién espera tras la puerta de la cocina?. La chimenea humea, están preparando el café para la cena. ¿Sientes la intimidad? ¿Te encuentras como en tu casa?. No lo sé, no estoy seguro.
Es, la casa de mi padre, pero todos están uno junto al otro, fríamente, como si estuviesen ocupados en sus asuntos, que en parte he olvidado y en parte no he conocido jamás. ¿De qué puedo servirles, qué soy para ellos, aún siendo el hijo de mi padre, el hijo del viejo propietario rural?. Y no me atrevo a llamar a la puerta de la cocina, y sólo escucho desde lejos, sólo desde lejos, tenso sobre mis pies, pero de manera tal que no me puedan sorprender escuchando. Y porque escucho desde lejos no oigo nada, salvo una leve campanada de reloj, que quizá sólo creo oír llegándome desde los días de la infancia.
Lo que, además, ocurre en la cocina es un secreto que los que allí están sentados me ocultan. Cuanto más se duda ante la puerta, más extraño se siente uno. ¿Qué tal si ahora alguien la abriese y me hiciese una pregunta? ¿Acaso yo mismo no estaría entonces como alguien que quiere ocultar su secreto?
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Ha pasado un poco más de dos años y medio desde la última entrada de este blog. La tentación de considerar a esta nueva publicación, luego de tanto tiempo, como un regreso al hogar, es enorme. Más aún, considerando los afectos que solían darse cita aquí.
Elegir regresar a través de la publicación de un pequeño relato, es también un guiño a esa tentación. Muchos pequeños grandes textos pasaron por aquí, dándonos pie para, a partir de ellos, adentrarnos en caminos que probablemente sus autores no previeron. Es la maravilla del arte, de toda obra que, lanzada por su autor hacia el futuro, se ve expuesta a la interpretación, a la reinterpretación y a la recreación por parte de cada destinatario. Esperamos haber sido respetuosos con cada texto ajeno que tomamos como base de lanzamiento.
Sin embargo, toda tentación nos pone a prueba, en cuanto demanda una elección: la seguimos o no y, en uno u otro caso, sabemos cómo pueden ser hechas nuestras elecciones: de modo consciente, o inconsciente. Tentarnos con lo que fue, a su vez, tiene un componente adicional: aquello hacia lo que podemos deslizarnos es el pasado, hacia lo que ya no es, y pretender que siga siendo.
El relato que escogimos de Franz Kafka nos ilustra muy bien al respecto: el protagonista regresa a la casa de su padre, reconoce ciertos aspectos del paisaje y, sin embargo, se siente ajeno. Quizás porque siempre lo fue (recordemos que la relación de Kafka con su padre fue por lo menos ambigua, si no conflictiva), pero aún cuando así no fuese, en el presente esa ajenidad responde a que nadie puede seguir siendo quien alguna vez, en el pasado, fue.
Que el pasado ya no sea, de todos modos, no puede llevar a un aspecto innegable: hoy somos lo que somos, por muchos factores y, entre ellos, uno es nuestro pasado. La ventaja de ser seres que vamos siendo, es que podemos regenerarnos, recrearnos sin quedarnos anclados en el pasado. Pero superar el pasado, no estancarnos en él, siquiera ilusoriamente, requiere un acto consciente.
Así, volver a este lugar es un regreso al hogar, pero sabiendo que ninguno de quienes estuvimos aquí somos, hoy, idénticos a quienes en su momento fuimos. Ojalá, desde la última vez que nuestros pasos hayan andado estos caminos, hayamos crecido. Ojalá, siendo distintos a quienes fuimos, al reencontrarnos, podamos regocijarnos, y decidir elegirnos una vez más, mutuamente. Ojalá, no siendo ya quienes fuimos, nuestra renovación personal nos lleve también a encontrar nuevos compañeros y compañeras de camino.
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(*) Imagen tomada de http://www.biography.com/people/franz-kafka-9359401