“No me abandones cuando mas me necesitas.
Esta es la hora de tu mayor prueba.
Este es el momento de tu mayor oportunidad”
(Neale Donald Walsch)
Cuando emprendemos un nuevo rumbo, hay momentos en los que no sabemos en qué dirección seguir. Miremos hacia donde miremos, no vemos más que puertas cerradas. La calidad de nuestra mirada se vuelve oscura, y así es como parece lucir todo lo que miramos. El cansancio, la desazón, una profunda sensación de vacío, nos invaden. Es en estos momentos en que se vuelve muy fuerte la tentación de renunciar a lo que sea que estamos intentando hacer de modo diferente. Sentimos que, si nada funciona, quizás sea mejor regresar a lo ya conocido donde, al menos, nos sentíamos cómodos. Insatisfechos, pero habituados. E incluso esa insatisfacción no dolía tanto como nos pesa la que sentimos ahora.
Somos náufragos en alta mar, sostenidos por un trozo de madera, agitados por las olas, tragando agua salada, sin ver orilla ni barco ni helicóptero hacia donde sea que miremos, nos duele todo… y se desata una tormenta. Tal vez, si soltamos nuestra madera…
¡Basta! Este es el momento en el que tenemos que decirnos, bien fuerte, ¡basta! y golpear una mesa o algo firme que tengamos a mano… una herramienta sencilla pero efectiva para ayudarnos a interrumpir el sendero oscuro por el que marchan nuestros pensamientos, y que agiganta todo lo que percibimos como negativo.
Este es el momento en el que podemos aplicar lo que dice la cita de Neale Donald WALSCH a nuestro propio Ser… no nos abandonemos.
El momento en que vemos todo más oscuro y abrumador, es el momento de nuestra mayor prueba y, a la vez, de nuestra mayor oportunidad. Es cuando nos sentimos caer, y no cuando estamos de pie, que se nos presenta la oportunidad de elegir levantarnos.
Vayamos al espejo más próximo y observémonos, prestando especial atención a nuestra mirada. Sí, esa que ahora luce cansada y triste. Pero miremos un poco más allá de ella, más adentro nuestro… Es ahí donde contemplamos la más formidable esperanza de que nuestros sueños pueden ser verdad, la más maravillosa promesa de trabajar para que así sea. Confiemos en nuestra esperanza, apoyémonos en nuestra promesa.
Bendigamos y agradezcamos nuestro pasado, porque nos condujo hasta este momento de plenitud. Y soltémoslo. Nos trajo hasta aquí, pero de ahora en más, nuestro camino seguirá en alas de nuestra esperanza, de nuestra promesa.
De aquí en más, a cada pensamiento que tengamos, a cada sentimiento que experimentemos, a cada palabra que pronunciemos, a cada acción que tomemos, cotejémoslo con nuestra esperanza, con nuestra promesa. Si no coinciden, aceptémonos, sonriamos y… elijamos de nuevo. Elijamos tantas veces como sea necesario para sentirnos en paz, para manifestar nuestra esperanza, nuestra promesa.
No temamos tropezar. Volveremos a levantarnos. Y seguiremos adelante. Nuestra brújula está clara, apunta en dirección a NUESTROS sueños, y nadie más que nosotros irá hasta ellos para traérnoslos.
No temamos renunciar. Pero NO RENUNCIEMOS. Cuando creamos que no podemos manifestar nuestros sueños, recordemos que, mientras persistamos, SÍ podemos. Pero si renunciamos… seremos nosotros mismos quienes les estaremos diciendo adiós. No renunciemos, son NUESTROS sueños.
La zona cómoda que dejamos al aventurarnos a navegar, no era mejor que esta incertidumbre que experimentamos momentáneamente. Ahora la añoramos como un lugar sereno, porque cuando estábamos allí, sencillamente no albergábamos los sueños que ahora sí tenemos. Allí vegetábamos, sobrevivíamos, resignados. No veíamos todas las puertas cerradas, porque ni siquiera nos movíamos en dirección a ninguna puerta, sólo permanecíamos donde estábamos, inmóviles y desesperanzados. No nos engañemos, si creemos que entonces estábamos mejor, es sólo porque en aquel momento nuestros objetivos eran bajísimos, descreíamos de nuestro potencial y no aspirábamos a nada más que a repetir nuestros días una y otra vez. No teníamos grandes inquietudes, porque no teníamos grandes decisiones que ver hechas realidad.
No renunciemos porque, si lo hacemos, sabemos adónde volveremos, pero ahora ya hemos probado que otro paisaje es posible, y aquella vieja zona cómoda será, entonces, insoportable. Si volvemos allí, no dejaremos de reprocharnos por haber abandonado este nuevo camino que estamos recorriendo.
Sabemos que, si allí no había puertas cerradas, era porque no había puertas. No renunciemos, porque en nuestro nuevo camino, en el camino que NOSOTROS ELEGIMOS, nunca tenemos la certeza de que la próxima puerta no vaya a abrirse. Y porque ya sabemos algo de las trampas de nuestros pensamientos domesticados y recurrentes, de nuestro ego, que nos hace ver todo negro cuando, con casi total certeza, es sólo un aspecto entre muchos el que no va como queremos. Hay otras muchas cosas que sí podemos valorar y regocijarnos en ellas.
No renunciemos, recordemos que somos el soñador y la herramienta para hacer nuestros sueños realidad. Confiemos en nuestra esperanza, apoyémonos en nuestra promesa. Es a través de lo más próximo, de nosotros mismos, que llegaremos a las estrellas; no nos distraigamos añorando estas, mientras no movemos un dedo para avanzar.
Quizás éste sea un buen día para dar un paso más, desde nuestro Ser, en dirección a nuestros sueños.
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