viernes, 26 de agosto de 2011

Un pequeño cuento sobre sonidos



Los sonidos del corazón (anónimo)
Cuenta esta historia que, hace mucho tiempo, un rey envió a su hijo a estudiar con un gran maestro, con el objetivo de prepararlo para ser una gran persona y un buen gobernante al heredar su corona.
Cuando el joven llegó ante el maestro, éste lo envió al bosque. Le explicó que debería permanecer allí un año y, al regresar junto a él, tendría que describir todos los sonidos que escuchara durante ese tiempo.
Al cumplirse el plazo, cuando el joven volvió, el maestro le pidió que hiciera un relato de todo lo que había conseguido oír.
El príncipe le dijo:
- Maestro, pude escuchar el canto de los pájaros, el ruido de las hojas, el regocijo de los grillos, el rítmico croar de las ranas, la brisa rozando el pasto, el zumbido de las abejas, el rumor del viento cortando los cielos…
Al terminar la detallada y extensa narración del joven, el maestro le pidió que regresara al bosque, para oír todo aquello que fuera posible.
El príncipe se sintió un poco intrigado, pensando: “No entiendo, ya distinguí todos los sonidos del bosque… ” Sin embargo, obedeció el encargo del maestro.
Por días y noches permaneció en soledad con sus oídos atentos… pero no conseguía distinguir nada nuevo, además de lo que ya había dicho al maestro.
No obstante, cierta mañana, comenzó a distinguir sonidos vagos, diferentes a todos los que escuchara antes.
Y mientras más atención prestaba, más claro se volvían los sonidos. Una sensación de encantamiento se apodero del muchacho.
Pensó: “Esos deben ser los sonidos que el maestro quería que yo escuchara…”
Y, sin prisa, con una sensación de deleite, permaneció allí oyendo y oyendo, pacientemente.
Quería tener la seguridad de que estaba en el camino correcto. Cuando regresó con su maestro, éste le preguntó qué más había logrado oír.
El muchacho respondió:
- Maestro, con el correr de los días, sólo y reconcentrado en intentar percibir algo nuevo, al fin pude oír el inaudible sonido de las flores abriéndose, el sonido del sol naciendo y calentando la tierra y el del pasto bebiendo el rocío de la noche…
Luego, el maestro dijo al muchacho:
-Solamente cuando se aprende a oír con el corazón es posible percibir de las personas, sus sentimientos mudos, sus miedos no confesados y sus quejas silenciosas. Asimismo, podrás inspirar confianza a tu alrededor, entender lo que está equivocado y atender las necesidades reales de cada uno.
No ocurre así –prosiguió el maestro-, cuando se escuchan solamente las palabras pronunciadas por la boca, sin que atiendas lo que está en el interior del ser que las emite y sin oír sus sentimientos, deseos y opiniones reales. Es necesario, entonces, escuchar el lado inaudible de las cosas, el lado no medido, pero que tiene su valor, pues es el lado más importante del ser humano.
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Cuántas veces no oímos más que lo que queremos oír. O lo que no queremos oír.
Oímos, en fin, lo que “esperamos” oír.
Dicho de otro modo, enfocamos nuestro oído en dirección a cierto rango de sonidos y, “naturalmente”, no oímos nada que esté fuera de ese espectro.
¿Cómo establecemos el rango de sonidos a los cuales prestamos atención? En función de nuestras creencias. De allí que sólo oigamos lo que queremos o no queremos oír (según hacia dónde predominen aquellas creencias).
Cuando tenemos creencias de carácter catastrófico, por poner un ejemplo, “asombrosamente” nos la pasaremos escuchando relatos sobre enfermedades, robos, violencia, desastres naturales. Nos angustiamos, tal vez, pero sobre todo, nos reafirmamos en nuestras creencias pesimistas de que así va el mundo, así son las personas, este es el presente y seguramente peor será el futuro.
Es un ejercicio interesante poner atención en lo que nuestros sentidos nos brindan. Podemos reconocer al menos dos pautas dignas de reflexionar al respecto.
Por una parte, nuestros sentidos suelen ofrecernos un panorama bastante coherente. Si hablásemos en términos de pintura, podríamos decir que hay un tono predominante, un matiz de color que confiere cierta unidad a los diferentes matices. Nuestros sentidos “nos cuentan” el mundo de determinada manera.
Por otra parte, aunque íntimamente relacionada con esa otra característica, se halla el que nuestros sentidos “nos cuentan” sobre lo que percibimos pero, si aguzamos el análisis, tal vez se trate de que “somos contados” a través de eso que percibimos. Dicho de otra manera: tal vez lo relevante no es tanto qué oímos, sino a qué prestamos oídos; no tanto qué miramos, sino cómo miramos; y así con cada sentido. En este orden de fenómenos, todo aquello que captamos a través de nuestros sentidos no hacen, al fin y al cabo, más que “hablar” de nosotros mismos, contar qué creemos, qué esperamos, adónde nos enfocamos. Cuando lo que predomina en lo percibido es de color oscuro, quizás no sea tanto que el mundo sea así, sino que nuestro modo de situarnos en él es así. Ni siquiera que “somos” oscuros, lúgubres, sino que nos creemos así.
Este relato es una bella metáfora de cómo podemos ir más allá de nuestro punto de partida, para dejar de girar en redondo siempre en torno a los mismos “temas” que componen nuestra música de fondo.
El joven de la historia, de una u otra manera, no se rindió a lo que su razón le indicaba (“ya he oído todo lo que era posible”), con lo cual al mismo tiempo se rindió a algo mucho más grande que esa intelectualidad, que era la posibilidad de que sí pudiese existir algo más allá de ese límite. Renunció a controlar el proceso, lanzándose a vivirlo, a ser parte de él, desapegándose de un resultado concreto. Supo abrir su atención, pudo estar presente, logró ser paciente y un buen día… oyó algo distinto, algo que nunca había oído.
El cuento no nos lo dice, pero es probable que, además de lo que él joven oyó, haya logrado oír algo más o, de permanecer algún tiempo más ejercitando las actitudes que notamos en él, seguramente habría oído: no sólo sonidos percibidos desde el corazón, sino los sonidos de su propio corazón.
De hecho, es algo que todos podemos hacer si nos recogemos durante algunos minutos en silencio atento, ese sonido de latidos que, a medida que transcurren los segundos, parecen hacerse cada vez más notables hasta que literalmente dominan nuestro oír.
Pero más allá de eso, que no deja de ser un fenómeno aún puramente físico (si bien un excelente ejercicio para entrenar la atención), hay otros sonidos del corazón que podemos llegar a oír, y que no solemos percibir, pues los tapan todos los sonidos que vivimos esperando captar del ambiente que nos rodea.
Esos sonidos, pueden decirnos mucho acerca de quienes creemos que somos, acerca de quienes queremos ser, y acerca de quienes somos.
Esos sonidos, cuando al fin nos habituamos a volverlos una presencia consciente en nuestro día a día, pueden llegar a ser, paciente y amorosamente afinados, el regalo que cada uno de nosotros venimos a aportar al mundo: la melodía de nuestra vida.

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3 comentarios:

  1. Muy buena reflexión, Pablo. Es cierto aquello de que cada uno percibe el mundo de una manera diferente, nada más hay que tener apertura de mente y de corazón para captar la verdadera esencia de las cosas.
    Gracias
    Un abrazo

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  2. Vilma Angulo Lucena28 de agosto de 2011, 23:53

    Gracias!!!! Lo que percivimos,como lo entendemos y como lo trasmitimos refleja nuestro ser. Que bueno leerte nuevamente!!!!,confiando en que tus grandes responsabilidades te dejen un espacio para continuar en éste hermoso camino de reflexiones, que para mí se han convertido en una gran compañía, un Abrazo!!!!!

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  3. Gracias Ani, Vilma, una enorme alegría contar con vuestra compañía!!! Coincido con lo que señalan, la importancia de la percepción,que parte desde nosotros. Un gran abrazo! Pablo

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