jueves, 12 de mayo de 2011

¿Dónde está la Fuente?


 “El universo comenzó cuando nada se vio a si mismo en el espejo”
Tor Norretranders

Quizás el Todo y la Nada, aparentemente opuestos en el lenguaje cotidiano, sean palabras que, en lo profundo, designen lo mismo. Quizás sean lo mismo, manifestándose de diversa forma o, mejor, observado desde distintas perspectivas.
Cuando hablamos de una Fuente común a todo lo que es (llamémosle Dios, Universo, Azar, Causalidad, Energía, etc.), lo que nos permite afirmar que “todos somos uno”, estamos poniendo el énfasis en el aspecto del Todo.
Pero cuando intentamos ir en busca de pautas concretas, tangibles, donde poder hallar esa común unidad, nuestros detectores suelen encontrarse con Nada.
Si observamos, por ejemplo, el recorrido de los paradigmas de la Física en los últimos 400 años, vemos el tránsito desde la explicación de un mundo en términos absolutamente concretos, materiales, a otra en que lo que predomina parece ser el vacío. Quizás convenga no olvidar (como a menudo se hace) que los modelos científicos son intentos de aprehender un cierto objeto, y no el objeto mismo, ya que a menudo actuamos en sentido contrario, pretendiendo calzar el objeto de nuestro interés en el molde prediseñado del modelo al que adherimos. Característica tampoco exclusiva de los modelos científicos, sino tal vez de todos los modelos de pensamiento.
Pensar en términos del Todo, excluyendo la Nada, conduce paradójicamente a cierta perspectiva sesgada de ese Todo. Puede ser un Todo para el que pretendemos hallar un asiento físico o, al menos, una extraña sede que es espiritual pero, a la vez, geográfica; esto es, no física, pero que sea localizable en “alguna” parte. El detalle que se nos pasa por alto cuando adoptamos esta visión, es que si hay una sede y, para más, esta puede ser situada en un punto en particular, el Todo deja de ser Todo para volverse Parte. Y si es Parte, conlleva la noción de separación. Dios en el cielo, el Universo en nuestra glándula pineal, la Energía en nuestra columna vertebral… Si el Todo es Todo, aún nuestros poros o las hormonas que segregamos son huellas de sus pisadas.
Pretender ver el Todo de esta manera tiene bastante de contradictorio, por lo que señalamos, pero brinda cierto aparente consuelo. Cuando situamos al Todo en un determinado “espacio”, permanece siendo una entidad de algún modo aún ajena a nosotros mismos y, por eso mismo, queda como el último recurso, la última esperanza. No importa qué tan satisfechos o insatisfechos nos hallemos existencialmente que, en el peor de los escenarios, siempre nos quedará la posibilidad de acudir a ese Todo en busca de un salvavidas. Cuando experimentamos una profunda tristeza, una sensación de extremo desamparo o angustia, es difícil que podamos creer en la presencia de la Fuente en nosotros, y este modo de mirar permite alentar que, “en alguna parte”, hallemos consuelo.
Cuando abordamos el Todo incluyendo la Nada, el primer paisaje que se nos presente puede ser desolador. No hay lugar en el Universo que no lo exprese pero, a la vez, no hay lugar alguno en el cual situarlo exclusivamente. Si está presente en todas partes, en cada manifestación, no hay algunas a las cuales podamos peregrinar en su búsqueda en desmedro de todas las otras partes. El vacío no concede privilegios.
Y si no hay lugar físico en el cual el Todo se revele de manera única, excluyente, y cada partícula danza en la común unión de una pista de baile intangible, no hay espacio fuera de nosotros al que podamos acudir en busca de salvavidas alguno. Enfrentarse a esa idea por primera vez puede ser aterrador, pues es difícil no experimentarla en términos de soledad. No hay catedral, no hay ashram, no hay árbol de la iluminación al cual acudir, que pueda darnos algo diferente a lo que ya portamos en nosotros. Y ese algo no se manifestará de manera diferente a como podamos percibirlo en nosotros. Suena como a estar parados, solos y tiritando, en medio de una estepa, en una noche de invierno.
Y, sin embargo, puede ser en la aparente soledad del vacío, en su aparente oscuridad, que despojados ya de imágenes infantiles de ancianos con barba en tronos dorados situados sobre alguna nube, podamos experimentar el no-lugar de luz donde el Todo nos une a todos. Es quizás entonces cuando, desprovistos de la pretensión de encontrar una puerta detrás de la cual nos espera Papá o Mamá para darnos un abrazo tranquilizador, podamos llegar a experimentar que nosotros somos la puerta. Quizás es entonces cuando descubramos que para abrir una puerta no se trata tanto de realizar el arquetípico viaje del héroe en busca de la llave que calce justo en la cerradura, sino en volverse la propia llave. Y si no tenemos que ir en busca de una llave, sino volvernos la llave, tal vez la clave no pase tanto por obtener algo que aún no tenemos, sino por manifestar lo que ya somos.
Consecuencias prácticas
Adoptar una u otra perspectiva puede ser un mero cuestionamiento intelectual sin respuesta cierta o, por el contrario, puede volverse una cuestión de la mayor importancia práctica para nuestra vida cotidiana.
Cuando nos situamos en la perspectiva del Todo-pero-separado, todos somos uno pero algunos son más Todo que otros. Hay “elegidos” a quienes la Fuente privilegia con un contacto especial. Hay quienes oyen su voz, ven sus manifestaciones y, en todo caso, luego nos retransmiten su esencia a quienes estamos un tanto más al margen. Están la Madre Teresa y el asesino serial, ambos extremadamente lejanos al sitio en el que nos hallamos la inmensa mayoría de nosotros, el promedio de los humanos “normales”, comunes, corrientes. Están quienes nos hacen daño y quienes nos ayudan, ambos separados y distintos de nosotros, aunque pretendamos que, en algún punto, todos compartimos “algo”. Está el gobernante teocrático que, en el extremo superior de la pirámide social, tiene acceso preferencial a las verdades reveladas, y estamos los súbditos que, en tropel, necesitamos de su mediación. Están las religiones que, aún cuando hablen de una sola Fuente, restringen el camino a quien adhiera a determinados dogmas o practique ciertos rituales. Están nuestro jefe, nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros vecinos, y estamos nosotros, que recurrimos a la estampita, la medalla o el amuleto para sobrellevar los desafíos que en las relaciones con aquellos experimentamos día a día. Es una visión relativamente cómoda, pues somos responsables pero hasta cierto punto, no estamos continuamente dependiendo de nuestras propias decisiones.
Cuando nos situamos en la perspectiva del Todo-en-todos, todos abrevamos en una común unión y no hay quienes sean “más iguales” que otros. No hay “elegidos” sino “electores”, pues están la Madre Teresa y el asesino serial, pero ninguno de ellos es inalcanzable, sino que depende de nuestra elección (individual o colectiva) ir en uno u otro sentido. La Fuente está disponible no ya para quien reciba la gracia de oírla o verla, para luego retransmitirla, sino para quien decida manifestarla desde su propia conducta. Están aquellos a quienes permitimos que nos ayuden o que nos hagan daño, y ese “permitir” marca toda una diferencia, pues ya no se trata de los otros como territorios puramente ajenos, sino implicados con nosotros en un íntimo entramado. Los gobernantes teocráticos pierden aquí razón de ser, y la democracia laica es la vía más legítima para expresar la comunidad igualitaria de la coexistencia y aún de la convivencia. Las religiones no son compartimentos estancos, no necesitan atacar ni ser atacadas, pues son diversos desenvolvimientos de miradas posibles que descansan sobre un núcleo de coincidencias esenciales. Nuestro jefe, nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros vecinos, y nosotros, somos como un tapiz que, aunque multicolor, no deja de ser un mismo tejido, y así unos hilos o puntos no estamos en contra de otros, sino que todos configuramos recíprocas oportunidades de elecciones cotidianamente renovadas, redecididas. Esta es una visión quizás más incómoda, pues somos responsables hasta un grado mucho más avanzado que en la otra mirada, estamos todo el tiempo dependiendo de nuestras propias decisiones (tanto individuales como colectivas) y, por tanto, nos requiere que estemos presentes en cada momento de manera atenta, consciente.
Conclusión
Quizás, cuando demos el paso que va de la experiencia de un Todo confinado en una parte, a la de un Todo no localizado, que comprende también la Nada, descubramos con asombrado júbilo que no tenemos que buscar signos externos que nos brinden Esperanza, sino que nuestra misma existencia es la Esperanza. Que no es necesario escrutar los cielos, sino sumergirnos en lo profundo de nuestro Ser y, desde allí, manifestar la promesa que portamos, cada uno de nosotros de manera individual y, a la vez, cada uno de nosotros en la común unión con todo lo que es.


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