martes, 11 de octubre de 2011

Mirar fuera, mirar dentro


“La gente y las circunstancias a mi alrededor no me hacen lo que soy,
 ellas revelan quien soy”
Laura Schlessinger

Acostumbramos explicar la mayoría de nuestros comportamientos y estados de ánimo, sobre todo los que no nos aportan satisfacción, en función de elementos ajenos a nosotros: personas, lugares, situaciones, etc. “Fulano me hace enojar”, “la lluvia me deprime”, “esta ciudad me exaspera”“Alguien” o “algo” es responsable, o incluso tiene la “culpa” de eso, más bien desagradable, que sentimos, pensamos, decimos o hacemos.
Estamos tan habituados a hacerlo, que ya forma parte de nuestro “arsenal” de automatismos, y no nos detenemos a observar las consecuencias que, para nuestra vida, tiene cada vez que adoptamos esa perspectiva.
Pues en cada una de esas oportunidades, ocurren no pocas cosas. Entre otras, podemos señalar:
1) Simplificamos la “cadena causal” (esa que enlaza causas y consecuencias) de una manera tal que viola las reglas de la lógica.
Por ejemplo, que el conductor de otro auto cruce sin mirar puede ser causa de un choque, pero si no ocurre así y yo lo persigo hasta ponerme a la par y comienzo a insultarlo, a lo que él me responde de igual modo, ésta puede ser la verdadera causa de una discusión, y no aquélla maniobra.
2) Al simplificar la cadena causal, no somos “activos” sino “reactivos”. No actuamos según decidimos de manera consciente, sino que reaccionamos dejándonos arrastrar ante el torbellino de emociones que experimentamos ante el estímulo externo. Si esto fuese inevitable, podríamos sintetizar que, en realidad, quien actúa es ese estímulo externo a través nuestro. Algo así como decir, en el ejemplo del punto anterior, que fue el conductor del otro vehículo quien terminó golpeándose a sí mismo por nuestro intermedio luego de la discusión que sobrevino. ¿Suena absurdo? Sí, pero cuando estamos inmersos en la situación no lo vemos así, e incluso con frecuencia solemos decir “el/ella se lo buscó”.
3) Al simplificar la cadena causal y reaccionar en automático, tampoco tomamos en cuenta las consecuencias que pueden sobrevenir tras nuestra reacción. Cegados por nuestras emociones, no advertimos que, de este modo, podemos estar aumentando una bola de nieve que quizás acabe convirtiéndose en un alud del que no sólo el otro, sino tampoco nosotros, salgamos ilesos.
4) Nos “justificamos” pero no “fundamentamos”. Justificar es excusar algo que sentimos que no está bien, algo así como decir: “fue una mala opción, pero en vista de las circunstancias, había un permiso para actuar así”. Fundamentar es dar las razones de nuestras decisiones. Cuando fundamentamos nos “hacemos cargo”, cuando justificamos brindamos excusas. Lo cual es también una señal de que algo en nuestro interior nos dice que esa reacción automática no fue algo saludable para nosotros. Cuando tenemos la certeza de lo que decidimos, no necesitamos justificarnos.
5) Nos “congelamos” en el pasado. Por un lado, nos quedamos en él cuando actuamos en función de lo que ya ocurrió, y no de lo que está ocurriendo. Si no hubo choque y el otro conductor prosiguió su marcha, cuando lo persigo y le hago un reproche es que me quedé detenido en el momento de su mala maniobra, no estoy en el presente en el que cada uno sigue su camino.
Por añadidura, ese pasado en función del cual actuamos a menudo es puramente conjetural, como sucede cuando digo: “no hubo choque, pero podría haber ocurrido”. También, en ese plano, podría no haber habido mala maniobra alguna. De manera que todo lo que “podría haber sido”, de hecho “no fue”.
Por otro lado, en nuestras reacciones automáticas operamos también desde nuestro pasado. No se trata entonces sólo del suceso, sino de las memorias que tenemos almacenadas y que se “disparan” con ocasión de aquél. El suceso no es más que la punta del iceberg, el emergente de ciertos contenidos emocionales que se precipitan en cascada desde un pozo cuyo fondo no sabemos qué tan profundo se halla.
6) Frente al estímulo externo, elegimos la peor de las interpretaciones posibles. Así como ante un vaso que tiene agua hasta la mitad podemos verlo medio vacío o medio lleno (y en ambos casos tendremos razón), ante cada hecho existe un amplio abanico de interpretaciones posibles. Para reaccionar de un modo que no es satisfactorio, debemos escoger una interpretación negativa. Pues no se trata de que no alcancemos el umbral de la compasión ante el “otro”, sino que ni siquiera adoptamos la interpretación de que pudo tratarse de un simple error de su parte, y mucho menos lo consideramos disculpable. De manera clara, si la cuestión pasa por qué es lo que miramos, cómo lo hacemos y desde qué lugar, ello habla bastante más de nosotros que del “otro”. Cuando nos acostumbramos a sostener este tipo de mirada, el mundo se vuelve un lugar muy hostil, y es muy probable que veamos conspiraciones y mala fe por todas partes. A lo que se añade que, por una cuestión de “sintonía”, nos movemos en una frecuencia en donde no hacemos más que hallar “basura”, y pasamos por alto las señales “limpias”.
7) A menudo quedamos entrampados en situaciones originalmente sin mayor importancia. Cuando hace unos días hablamos acerca de las discusiones, nos referimos a que, repasándolas, muchas de ellas las entablamos con personas de las cuales no recordamos casi nada[1]. De modo que, observado en perspectiva, no fue el hecho sino nuestra reacción ante él lo que causó el terremoto en el que podemos acabar involucrados. Si a cualquier pequeñez la interpretamos como una ofensa personal, como una lesión a nuestro honor, como una afrenta que exige reparación, es porque estamos perdiendo el equilibrio para discernir lo que es importante de lo que no lo es.
8) Cuando nos vemos atrapados en situaciones desagradables, fruto de nuestra reacción automática inconsciente ante un hecho que ya ocurrió, sin otorgarle su debida importancia ni sopesando las consecuencias que pueden producirse, en una simplificación quizás absurda de la cadena causal, nos encerramos en un laberinto en el que sentimos que no tenemos alternativa. Entonces nos precipitamos hacia lo único que percibimos. “No me dejó alternativa”, “no tuve opción”, son frases muy comunes.
9) Es también claro, entonces, que cuando adoptamos una “visión de túnel”[2], con la cual sólo vemos una única salida posible, estamos renunciando a ser flexibles y a ver, ante el estímulo externo, la oportunidad de elegir de modo consciente en función de lo que decidamos. Es decir, la posibilidad de elegir distinto cada vez, a pesar de todas las ocasiones anteriores en que hayamos reiterado respuestas automáticas.
10) Como señalamos antes, si sentimos la necesidad de justificarnos, de atribuir al estímulo externo la responsabilidad por nuestros actos, es porque, en algún punto, una lucecita de alarma nos dice que nuestra respuesta inconsciente no fue saludable APRA nosotros. Y esa señal nos la da el hecho de que, luego de nuestra reacción, nos sentimos mal. Aunque no nos demos cuenta de todo lo demás que ocurre cada vez que nos movemos en “piloto automático”, si al menos lográsemos advertir este único “detalle” estaríamos en condiciones de hallar la punta de la madeja para comenzar a desplazarnos desde la inconsciencia a la conciencia.
Una vez que centramos nuestra atención en nosotros mismos y en cómo nos manifestamos, a través de lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos, en nuestras relaciones con los estímulos externos (personas, lugares, situaciones, etc.), iniciamos nuestra ejercitación en el obrar consciente y nos vamos haciendo cada vez más capaces de advertir que es en nosotros donde residen las claves de nuestra existencia cotidiana. Es entonces cuando estamos en condiciones de percibir la frase con que comenzamos estas líneas: que a menudo los “otros” no son más que la excusa para revelarnos, el espejo en el cual nos reflejamos.

Conclusión
Cuando miramos fuera de nosotros, solemos dejar de mirar dentro.
Recuperar la perspectiva de nuestro panorama interior, puede ayudarnos a asumir que, como seres lanzados a la coexistencia en un mundo de manifestación física, somos capaces de decidir desde nuestro ser cómo interpretar ese mundo y cómo nos expresamos en él. De ese modo nos ponemos en condiciones de realizar el aporte que sólo cada uno desde su individualidad puede hacer, y de sentirnos auténticamente satisfechos.
Mirar dentro, sin aislarnos del mundo, sin dejar de mirar fuera para no perder el contacto con los “otros”, pero hacerlo con una mirada nueva, para que ante la imagen nuestra que luego nos devuelvan esos múltiples espejos, podamos experimentar que estamos dotando de sentido a nuestra presencia en la vida.



Desde ya te agradezco tu visita, tu atención. Si querés compartir tu comentario conmigo y con otros visitantes, podés usar el espacio que hay aquí abajo. Si esto te gustó y querés compartirlo vía Facebook, Twitter, etc., también aquí abajo encontrarás los botones para hacerlo. Si querés regalarme el placer de tu compañía en mi página en Facebook, en el lateral derecho encontrarás la opción para unirte. Gracias! Pablo

2 comentarios:

  1. Muy buen post, Pablo.

    Me hace recordar un artículo que leí hace varios años y cuya enseñanza la recuerdo siempre, sobre todo en una ciudad como en la que vivo, en que muchas veces la gente no es respetuosa.
    El artículo iba en el sentido de que una persona X, no tenía que determinar como es que uno debe comportarse,por ejemplo, si alguien no te contestó el saludo eso no significaba que uno debía dejar de saludar; si alguien te insultó en el tráfico no debía responderle la ofensa porque eso haría que uno se alterase y que se quede rumiando el fastidio buen rato. No darle ese poder a otras personas.

    Siempre recuerdo esto y me ha ayudado muchas veces a evitar malestares.
    Gracias Pablo por tus reflexiones.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Ani por el renovado placer de tu compañía y enriquecedoras reflexiones.
    Coincido con tu visión, atribuir el "por qué" de nuestras conducta a la "causa" que aporta otro, es cederle el poder del que disponemos. Siempre contamos con la oportunidad de elegir, y cuando nos damos cuenta de que así es, podemos decidir conscientemente qué es lo que elegimos. Un gran abrazo!

    ResponderEliminar