lunes, 28 de noviembre de 2011

Dos pequeños cuentos sobre Diógenes de Sinope y Aristipo de Cirene




Cuento I (“Diógenes”, de Anthony de Mello, en “El canto del pájaro”)
Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey.
Aristipo le dijo:
- Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas.
A lo que replicó Diógenes:
- Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey.
Cuento II (Versión de Diógenes Laercio, en “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres”)
Aristipo pasaba en cierta ocasión por donde Diógenes estaba lavando unas hierbas, y le dijo éste:
- Si hubieses aprendido a prepararte esta comida, no solicitarías los palacios de los tiranos.
A lo que respondió Aristipo:
- Y si tú supieras tratar con los hombres, no estarías lavando hierbas.
Cuento II (Versión de Horacio, en la Epístola XVII del Libro I de sus “Epístolas”)
En la versión que da el historiador griego Diógenes Laercio, cita expresamente a esta Epístola del romano Horacio.
En ella (Epístola a Esceva), Horacio introduce el siguiente texto:
“Si supiese Aristipo comer yerbas
(decíale Diógenes un día)
nunca la corte a príncipes hiciera.
Y si supiese, respondió Aristipo,
hacer la corte el hombre que me observa,
ya las yerbas mirara con hastío”:
Y Horacio, preguntando a Esceva cuál de esos dos dictámenes aprobaría, da su opinión en favor del de Aristipo.
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En una primera lectura, ambos relatos aparecen como por completo opuestos.
Simplificando los términos, podría decirse que el primero ensalza la actitud de quien, anclado en su dignidad, puede conformarse con lo sencillo y prescindir de los bienes que se obtienen a cambio de perder aquella. Mientras que, por el contrario, el segundo señala que esa supuesta dignidad no es más que incapacidad para vivir de otro modo.
Básicamente, podría decirse que sí, que por allí pasa la línea divisoria y que entonces lo que resta es la elección personal de cuál es el lado en el que se prefiere estar. Sin embargo, ya algo sabemos de los riesgos que las simplificaciones excesivas encierran, así que intentemos ir un poco más allá de ellas.
Lo que nos cuentan
La primera cuestión acerca de lo que podría prevenirnos la existencia de estos dos relatos es precisamente de que se trata de dos versiones distintas. Entonces, algunas buenas preguntas podrían ser ¿quién cuenta, desde dónde lo hace, cómo y para qué? Si nadie puede escapar de su propia subjetividad, quizás sea conveniente que, cuando “nos cuentan” algo, tengamos cuenta que lo está haciendo desde ella, y no transmitiendo una verdad absoluta, “LA VERDAD”.
¿Cuántas veces nos ocurre esto de guiarnos por lo que otro nos relata? ¿Cuántas veces creemos cuando alguien nos dice que “fulanito es un mentiroso”, “menganita tiene diez amantes”, “zutano tiene ese empleo porque su padre es amigo del político tal”, “perengano es un ladrón”, etc.? ¿Cuántas veces creemos en algo porque la tele lo dice, porque el periódico lo cuenta, porque está en Internet, porque lo asegura un vidente, porque a un “contactado” se lo ha soplado un extraterrestre al oído, porque lo garantiza alguien que “recuerda” su existencia en otra dimensión?
¿Cuántas de esas tantas veces somos crédulos, cuántas perezosos, cuántas cómodos, cuántas prejuiciosos, cuántas dispuestos a dar oídos a lo que condena a un tercero?
No se trata de suponer la mala fe en quien nos cuenta (y tampoco la inocencia de creer que ella nunca está presente, aunque sea disfrazada bajo la apariencia de intereses comerciales, etc.), sino de tener claro que, lo que nos cuentan, no es más que la experiencia de quien lo cuenta. Y que ese relator nos habla, aún la mejor de las buenas intenciones, desde su propia historia, desde sus creencias, desde lo que espera y cree de los demás, y desde lo que le ocurrió con tal persona o suceso sobre quienes ahora nos informa a nosotros.
No es necesario remarcar demasiado que, la experiencia de otro, no tiene por qué ser nuestra experiencia, al menos puesto así, en trazo grueso. Claro que no necesitamos introducir nuestros dedos en un enchufe o arrojarnos desde un quinto piso para experimentar personalmente lo que nos ocurrirá. No toda “experiencia” ajena es prescindible, aunque sí lo es casi toda “creencia” ajena, y muchas experiencias, más que el carácter de verdades absolutas, tienen el carácter de ser verdades relativas al caso concreto o bien de no ser más que creencias. Juan es para Pedro un sujeto odioso y malintencionado, mientras que para Ana es alguien considerado y atento. ¿Hablan del mismo Juan? ¿Ven los mismos aspectos de Juan? Y nosotros, ¿nos abrimos a conocer a Juan a ver cómo nos va con él, o decidimos de antemano en función de lo que Pedro o Ana nos dijeron?
Sobre esta cuestión, podríamos sentar al menos dos aproximaciones respecto a lo que “nos cuentan”:
- Casi toda generalización corre el riesgo de ser inexacta, porque se le escapa la inagotable riqueza de los infinitos casos concretos. Las expresiones del tipo “todos los hombres o mujeres son…”, “todos los que tienen tal (raza, preferencia sexual, edad, nacionalidad, situación económica, profesión, etc.) son …”, son perfectos ejemplos de estas generalizaciones.
-  Todo lo que conduzca a “etiquetar” a alguien, pretendiendo definirlo unívoca e irreversiblemente, es una generalización en pequeño (referida a una persona), pero generalización al fin. Pues lo juzga en uno de los muchos aspectos que esa persona puede presentar en diversos campos de su vida, y en base a esa pequeña porción, lo condena como un todo. Por otra parte, lo cristaliza en función del pasado, pues nos dice que esa persona es de tal o cual manera por algo que hizo (o no hizo), cerrándole la puerta a la posibilidad de que, en otro momento, con otra persona, en otro contexto, etc., pueda actuar (o no actuar) de modo diferente.
Los valores
Gran parte de la contraposición entre ambos relatos corre en torno a la cuestión de los valores en juego.
En realidad, podría decirse que más que un claro enfrentamiento entre valores, hay distintas escalas de valores en juego, es como si uno hablara del clima y el otro de deportes. No es tanto un entrecruzamiento en un terreno común, sino la existencia de dos terrenos distintos.
Y cuando así sucede, uno elige el terreno en el que desea moverse, el camino que quiere recorrer, y entonces respecto a aquellas cosas que parece que “se las pierde”, lo que más bien ocurre es que no compitió por ellas.
Cada quien puede tener sus preferencias y simpatías, pero pretender hacer de ellas máximas universales, suena un tanto autoritario. Son muy pocas las pautas que uno podría establecer con tal carácter, y difícilmente pueda irse más allá de aquello que tiende a posibilitar la coexistencia, a fomentar la convivencia, a asegurar la tolerancia. Ni la tiranía de unos pocos sobre muchos, ni la dictadura de muchos sobre unos pocos, parecen ser caminos propicios para respaldar ninguno de esos parámetros.
A menudo nos cuesta habituarnos a no pensar, no sentir, no hablar y no actuar como si nos creyésemos con derecho a ser legisladores universales.
Las situaciones concretas
Y donde más se aprecia cómo la cuestión parece ser más de escalas de valores distintos, que de preferencias dentro de una misma escala, es en la conducta concreta que adoptamos día a día. Es allí donde las generalizaciones, las abstracciones, las creencias falsas o hipócritas, suelen estrellarse de cara contra las contingencias que nos hacen modificar lo que creíamos inmodificable.
Podemos ver esto mismo a través de los relatos sobre Diógenes de Sinope y Aristipo de Cirene.
Pues, en el fondo, ambos son como caras de una misma moneda.
Si sólo nos quedamos con el primer texto, parece que Diógenes defiende sus principios personales, que posee ciertas certezas a las cuales no renuncia por seductora que pueda parecer la recompensa. Visto así, podría decir que Diógenes es un “principista”, y Aristipo un “oportunista”, a quien los principios lo tienen sin cuidado, y que se inclina por una visión utilitaria de la vida en la que si no todo, casi todo es negociable.
Pero en el segundo relato, se introduce algún elemento que parece cuestionar esa apariencia. Pues la respuesta de Aristipo no pasa aquí por la cuestión utilitaria, sino que le apunta a Diógenes el hecho de aislarse de los demás. Y, ciertamente, cuando uno se aísla, pretendiéndose autosuficiente, está negando el gran desafío de la vida humana que es  desarrollarla en coexistencia o, mejor aún, en convivencia. Y cuando alguien procede de esa manera, quizás sus motivaciones no pasen tanto por el lado de una elevada autoestima o autoconocimiento, sino por miedo o desprecio hacia los demás. No es una cuestión que pueda dilucidarse de una vez y para todos los casos, sino que cada cual tiene su propia respuesta.
En ocasiones juzgamos a los demás no tanto porque nos parezca mal lo que hacen, sino por no sentirnos capaces de hacerlo nosotros… es decir, lo que nos parece mal es que disfruten de algo de lo cual nosotros no disfrutamos. Algo que suena bastante parecido a la envidia, ¿verdad?
Y en ocasiones abrazamos el anhelo de lo que vemos que los demás persiguen, consumiendo nuestra vida en seguir los dictados de lo que “conviene” hacer, y no de lo que nuestro corazón nos indica. Algo bastante parecido a la inconsciencia, ¿no es así?
La elección personal
Estos dos relatos, iluminando aspectos como que el paso de la creencia al saber se da en gran medida por la experiencia, que esta es esencialmente de tipo personal, que somos seres que nacemos para vivir junto con otros seres, y que cada persona ante cada situación concreta se ve desafiada a poner en juego su facultad de decidir de manera consciente o inconsciente, pueden ser un excelente recordatorio de la importancia de la flexibilidad.
Flexibilidad para ser tolerantes respecto a cada elección personal, y para detenernos un instante, antes de prejuzgar a alguien. Para aprovechar esa pausa y, durante lo que ella dure, calzarnos en los zapatos del otro, a ver qué tal nos sientan.
Flexibilidad también para abrazar convicciones personales, si es que ellas surgen de nuestro propio camino, y no caer en la rigidez del estereotipo que alguien ajeno a nosotros pretende imponer como única receta válida de vida.
Entre un extremo y otro, la delgada (y ardua de transitar) línea del equilibrio.

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1 comentario:

  1. Holaa!! ^^
    Me ayudas con este blog¿?
    http://www.leandrogabrielranno.blogspot.com/
    Muchas graciaas :D

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