lunes, 14 de noviembre de 2011

Un pequeño cuento con un halcón



El vuelo del halcón (Anónimo)
Hace mucho, mucho tiempo, a un rey le regalaron dos pichones de halcones.
El monarca le encargó a su maestro de cetrería que los entrenara, tal como ya lo había hecho en muchas otras oportunidades con numerosos halcones.
Transcurrido cierto tiempo, el maestro fue a ver al rey, y le informó que uno de los dos halcones estaba ya perfectamente entrenado.
El rey se mostró complacido, y le preguntó por el otro halcón.
Con cierto embarazo, el hombre respondió:
- Majestad, el otro halcón es un misterio. Pese a todos mis esfuerzos, no he logrado que se moviera del lugar que ocupa sobre la rama de un árbol desde que me lo encomendaste.
El soberano, intrigado, al día siguiente decidió hacer revisar al ave por los médicos de la corte. Luego de una semana de concienzudos exámenes, el médico jefe se presentó ante el monarca y le informó:
- Majestad, tu ave está sana por completo.
- ¿Ha volado? –preguntó el rey, con un brillo de esperanza en sus ojos.
- Eso no, Majestad –dijo el médico mirando al suelo.
Al día siguiente, el rey hizo que su pregonero leyera en la plaza principal una convocatoria a cualquiera, ya fuese ciudadano del reino o extranjero, que se sintiese capaz de lograr que su halcón volase. La recompensa serían diez mil monedas de oro. También envió mensajeros a cada ciudad de su reino para que, en cada plaza, se hiciese público igual llamado.
Durante el siguiente mes, cientos de personas respondieron al llamado, más ninguno obtuvo éxito.
Un día, el monarca estaba paseando por el bosque cuando se detuvo de manera abrupta, fijando su mirada en el cielo. Allí en lo alto, observó a dos halcones que describían ágiles maniobras en el aire. Casi en el mismo momento, los guardias de palacio llegaron al lugar, trayendo consigo a un hombre.
- ¡Majestad, majestad! –gritó el capitán de la guardia-. Ha sucedido algo increíble…
El rey, absorto en el vuelo de las aves, apenas reaccionó luego de que el militar repitiera su llamado varias veces. Mientras tanto, también había llegado al lugar el maestro de cetrería.
- ¡Son tus dos halcones, majestad! –dijo emocionado el adiestrador.
- ¿Son ellos dos? –se asombró el rey.
- De eso venimos a hablarte, Señor –dijo el jefe de los soldados-. Hace unos momentos hemos detenido a este leñador, en el preciso momento en que intentaba huir.
El rey le hizo un gesto como para que dejara de hablar, y miró al hombre que traían con ellos.
- ¿Tú intentabas huir, leñador? ¿Y puedes explicarme por qué? ¿Cuál es tu falta?
- Perdón Majestad –comenzó a hablar el hombre, en tono de disculpa-. Yo no quería hacer ningún daño, de ninguna manera quise robarme tu pájaro, ni siquiera pretendí que se escapara…
El rey interrumpió sus palabras y le dijo:
- ¿Robar mi halcón, dejarlo huir…? ¿De qué estás hablando?
- Perdón, mi Señor. Yo apenas quise cortar una rama de un árbol, y sólo me di cuenta que el halcón estaba allí cuando la rama comenzó a caer y él se lanzó a volar.
- ¿El halcón se puso a volar cuando cortaste la rama? –preguntó el rey, entre asombrado y divertido.
- Obviamente, Majestad –respondió el leñador-. Cualquier tonto se hubiera dado cuenta que así ocurriría, pero te juro que yo no vi a tu halcón hasta que ocurrió como te dije.
El rey lanzó una gran carcajada y preguntó:
- ¿Pero por qué huías, si es que puedes explicármelo?
El leñador, extrañado, respondió:
- Porque di por sentado que en cuanto descubrieras la falta de tu halcón, me castigarías, Señor. Como te dije, pensarías que quise robarlo, o hacerlo escapar para ofenderte.
- ¿Eres tú ciudadano de mi reino, buen hombre? –preguntó el monarca.
- En realidad no, Señor. Recién hoy llego aquí, y por eso corté la rama, para cocinar unos alimentos que me permitieran reponerme de una larga jornada de marcha.
- Pues te diré que tu acción no quedará sin respuesta, amigo –dijo el rey.
El hombre, angustiado, miró en dirección al suelo y dijo:
- Supongo que así debe ser, Majestad. Ya sabía yo que no me creerías y me impondrías un castigo. Ahí tienes el por qué de mi huida.
- Sin embargo te equivocas –dijo el monarca-. Dije que tu acción no quedará sin respuesta, pero no hablé de castigo alguno. Recibirás en cambio diez mil monedas de oro.
Ante la expresión de asombro del leñador, el rey le contó brevemente la historia del halcón que, hasta ese mismo día, no había podido volar, no obstante haberlo intentado todo.
- Todo, excepto lo más obvio –concluyó el rey-. Como bien hiciste notar, cualquier tonto hubiera previsto que cortando la rama, el halcón, como cualquier ave, volaría. Es su naturaleza.
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Este relato es bastante conocido, aunque no por ello es menos provechoso en cuanto a sus lecturas posibles.
a) El halcón
Suele ser interpretado enfatizando cómo el halcón, al verse privado de su cómodo punto de apoyo, se decidió al fin a volar. La rama es el símbolo de todo lo que nos inmoviliza en un lugar en el que no experimentamos crecimiento: miedos, creencias, nuestro pasado. A menudo nos sentimos insatisfechos en ese lugar pero, a la vez, nos sentimos seguros. Al menos, valoramos una seguridad relativa, creyendo que, si nos movemos de allí, tal vez las cosas puedan ser más satisfactorias, pero, casi con seguridad, nos irá peor que donde estamos. La rama puede ser una situación de pareja, un trabajo, una relación de amistad, una vivienda, unas condiciones de vida, o cualquier otra cosa que pueda ocurrírsenos. Es, más allá del objeto circunstancial cuya forma pueda adoptar, un lugar existencial, una zona insatisfactoria pero cómoda, en la que preferimos quedarnos antes que experimentar la incertidumbre de lo que no conocemos (ni creemos). Es bastante claro que la emoción predominante en nuestra rama es, nos demos cuenta o no, el miedo. Un miedo real o imaginario, más pequeño o más grande, pero, en todo caso, siempre mayor que los recursos con que creemos que contamos para superarlo.
¿Cómo se decide el halcón a volar?
Movido por la necesidad, por una situación de amenaza real, concreta e inminente. El halcón deja de contar con la rama, se ve desprovisto de su punto de apoyo, de su zona cómoda, y se encuentra en el aire. Allí pueden ocurrir dos cosas:
a) Que se dé cuenta o que se vea impulsado por su instinto a experimentar que si abre sus alas y las bate, el aire lo sostiene, o;
b) Que siga siendo el miedo quien decida y, resignado a un destino irreversible, se deje caer pesadamente hasta el suelo.
Por fortuna, el halcón cuenta con un instinto de supervivencia natural más fuerte que los temores con que pueda hallarse “culturalmente” condicionado.
Sin embargo, ¿cuántos de nosotros, lanzados al aire, nos hacemos conscientes de que podemos abrir nuestras alas, o al menos lo hacemos impulsados de manera inconsciente? No es extraño que, lanzados al aire, acabemos estrellándonos, confirmando nuestra creencia de no podemos (no sabemos o no somos capaces de) hacer otra cosa. A lo sumo, tratamos de acomodar el cuerpo para intentar amortiguar el golpe, procurando minimizar los daños.
En ocasiones, mientras estamos en el aire, e ignorantes de nuestra capacidad de remontar vuelo, mantenemos una esperanza que replica lo que ya conocemos: si estuvimos seguros hasta ahora apoyados en una rama, hoy que ésta ya no existe, podremos volver a estar seguros si “algo” la reemplaza y nos sostiene. ¿A quién no le ha pasado? Cuando algo se termina (un trabajo, una relación, etc.) y nos apresuramos a cubrir el vacío que experimentamos, antes de hacernos realmente conscientes de ese vacío, de la calidad insatisfactoria de aquello con que lo llenábamos antes, y de qué es lo que decidimos de aquí en más, ya estamos de nuevo inmersos en una nueva “rama” que nos sostiene y que, casi con seguridad, a poco de andar resultará que es muy parecida a nuestra rama anterior. Es así como nos quejamos de que “otra vez me volvió a ocurrir!!”, y por supuesto que la “culpa” de que así sea la tienen nuestro signo zodiacal, el destino, una conspiración de extraterrestres, el que todos los empleadores/empleados/hombres/mujeres/etc. son iguales, o el gobierno de nuestro país. ¿No será más bien que, como dice una conocida expresión, simplemente “saltamos de la sartén para caer en el fuego”, o “de Guatemala a Guatepeor”?
Es bastante claro que el halcón del cuento tuvo por lo menos dos ventajas con respecto a nosotros: 1) No logró encontrar una rama lo bastante pronto como para no tener que volar y seguir permaneciendo inmóvil; 2) No estaba programado con que “no podía” a una grado tan alto que sólo le quedara dejarse caer y estrellarse contra el suelo.
A veces, sin embargo, ya sea aún estacionados en nuestra rama cómoda o bien mientras caemos de ella, nos sentimos impulsados a intentar algo diferente a lo que ya conocemos. Es habitual que, para que así ocurra, nuestras condiciones existenciales tengan que haberse vuelto tan insatisfactorias como para que esa insatisfacción supere tanto la comodidad como el miedo que experimentamos. Es algo así como que, en un combate de boxeo, allá por el noveno round y mientras recibimos una paliza fenomenal, nos demos cuenta que, en realidad, nada ni nadie nos obliga a permanecer en el ring. Que no se trata de abandonar la pelea, sino de comprender que la pelea no es la esencia de la vida. Que nunca nos gustó el boxeo, y que quizás cuando decidimos dedicarnos a él, lo hicimos porque creímos que era para lo único que servíamos, o que no había otra actividad con la cual obtener dinero, o que eso nos daría reconocimiento social, entre muchas razones posibles. Quizás entonces, cuando comprendemos la sinrazón de haber obrado en automático, es que podemos detenernos y alterar el curso de nuestras vidas en otra dirección que, esta vez, sí responda a nuestra auténtica elección.
A menudo tenemos sueños pequeños, porque creemos que los sueños grandes son posibles pero para otros, no para nosotros. Y a menudo se nos cumplen esos sueños exactamente del tamaño con que los soñamos.
En momentos excepcionales, cuando, como dijimos, la insatisfacción que experimentamos es más grande que la comodidad y el miedo que sentimos, nos decidimos a que si subsistir de esa manera día tras día es todo lo que haremos de nuestra vida, preferimos arriesgarnos a realizar los sueños que nos indica nuestro corazón, o que en todo caso éste deje de latir. Es entonces cuando nos decidimos a saltar. Y si nuestra convicción es sincera y nuestro compromiso total, suele suceder que no nos estrellamos contra el piso, ni nuestro corazón deja de latir, sino que, al fin, nuestras alas se despliegan y hacen aquello para lo que fueron diseñadas.
b) El rey
Con frecuencia los comentarios sobre este relato se limitan a la figura del halcón y su descubierta capacidad de volar.
No obstante, la figura del rey y su conducta también pueden mover a reflexiones que nos resulten valiosas.
¿Qué es lo que tiene el rey ante este halcón que no vuela?
Por un lado, un desafío a su tolerancia o, dicho de otro modo: ante una elección de vida que no concuerda con la que él cree adecuada, ¿qué hace? ¿La respeta, o se esfuerza por modificarla de acuerdo a lo que él cree correcto? Toda nuestra vida de relación abunda en situaciones de este tipo, aunque la mayoría de las veces no seamos conscientes de ellas. Te amo… mientras coincidas con mi ideal de pareja. Eres mi mejor emplead@… mientras no cuestiones ninguna de mis órdenes. Eres mi mejor empleador/a… mientras no me niegues algo que te pido. Eres mi mejor amig@… mientras estés de acuerdo con todo lo que hago y digo. Eres mi hij@ soñad@... Mientras tu elección de trabajo/estudio/sexualidad/etc. no choque contra la que soñé para ti. Obviamente, la situación del relato no pasa tanto por estos carriles, como por aquel otro de que el rey, como un excelente padre, realmente sabe que al halcón le ocurre algo que puede ser corregido de algún modo, y que hará más feliz al ave… Sin embargo, en nuestra cotidianeidad las situaciones no suelen presentarse tan claramente diferenciadas, y cuando insistimos en lo que creemos es mejor para alguien más, pasado cierto punto quizás estemos avasallando su persona. Es un punto por demás de delicado y complejo establecer con precisión cuál es el límite.
Por otro lado, lo que el monarca tiene ante sí es un problema. Sabe que está en la naturaleza del halcón el volar, pero el ave no lo hace. Primero se plantea la existencia de una cuestión de salud, pero cuando ve que no es así, se queda sin hipótesis, y realiza una amplia convocatoria a cualquiera que pueda aportar una solución. Y, como se dice hacia el final del relato, prever que el halcón se echaría a volar si se cortaba la rama, era obvio. Sin embargo, ni él, ni sus consejeros, ni nadie de quienes respondieron a su llamaron, se plantearon lo obvio. ¿Cuántas veces nos ocurre igual? ¿Cuán a menudo, ante un problema, pasamos por alto lo evidente, y nos internamos en laberintos mentales a los que no les vemos salida alguna? Aquella frase que alude a “ahogarse en un vaso de agua”, ¿no tiene que ver precisamente con lo fácil que es salir de un vaso de agua (lo difícil es entrar, francamente!!) o lo difícil que es que tan poca cantidad de líquido nos ahogue, y con que no vemos ni lo uno ni lo otro? Cuando pasamos por alto lo obvio, ¿no renunciamos a nuestra propia capacidad de hallar la solución, depositando nuestra confianza en alguien más a quien sí atribuimos ese poder? ¿Cuán a menudo necesitamos contar con objetos para experimentar confianza? Y aclaremos que decir “objetos” puede aludir tanto al amuleto de la buena suerte como al auto que compramos para que nos respeten, tanto a la pareja que elegimos con ciertas características físicas para que nuestras amistades nos envidien como a la pastilla que nos calma la ansiedad. Puede ser cualquier cosa, hecho, persona o lugar en quien depositemos una sensación de poder a la que previamente hemos renunciado nosotros mismos.
c) El leñador
Con el leñador también ocurren algunas cosas dignas de prestarles atención.
Ante todo, movido por la intención de resolver un problema propio (contar con leña para hacer fuego y cocinarse algún alimento), soluciona un problema ajeno.
En una perspectiva, esto nos alerta sobre que nunca podemos estar absolutamente seguros de la dimensión que pueden acabar teniendo nuestros actos. Cuanto más conscientes podamos estar de la complejidad de la vida y del universo, más cuidadosos seremos con nuestras acciones y, si bien la previsibilidad absoluta es irrealizable, poder orientarnos por la premisa de no dañar deliberadamente a otros quizás constituya una guía bastante confiable. Así, quizás sin pretender solucionarle los problemas a otros, adoptar la decisión de no ser parte integrante de ellos, pueda ser un buen primer paso. Aspecto que no tiene nada que ver con ser neutrales ante el dolor ajeno, sino más bien con no sumarnos a los verdugos de nadie.
En otra perspectiva, nos muestra que el leñador pudo actuar libre de los condicionamientos que habían padecido todos quienes con anterioridad habían intentado, infructuosamente, que el halcón volara. Mientras el foco de aquellos estaba puesto en el enorme tamaño del problema a superar, él ni siquiera pudo dedicarle un mínimo de atención a él, ya que lo ignoraba, y así su atención estaba centrada en otra parte, y no en las dificultades de la empresa. Para él, que el halcón volase al verse privado de su rama, sí fue obvio, al punto que ni siquiera había reparado en la presencia del halcón hasta que lo vio en el aire.
Pero luego de solucionar ese problema ajeno que él desconocía, cuando ve al halcón volar y a los guardias del rey que se aproximan, sí cree que están ante un problema, e intenta huir. Él cree que lo atraparán por haber pretendido robarse al pájaro, o hacerlo escapar. Algo que ni los guardias en ese momento, ni el monarca después, siquiera se imaginan.
En un sentido, esto nos advierte sobre cómo interactuamos unos con otros. Por qué a menudo nos cuesta tanto entendernos. Porque cuando nosotros decimos A, el otro escucha B, supone que quisimos decirle D y por si acaso nos responde J. Porque cuando oímos que nos responde J, o nos fastidiamos porque no nos comprenden, o creemos descubrir un mensaje sutil de que realmente nos quiso decir M, por lo que le respondemos P y…. ufff!!! Así al infinito. Lo extraño sería que nos comprendiésemos, no que vivamos des-encontrados. Porque aún antes de la interacción con los demás, ya nos es difícil guardar una mínima coherencia con nosotros mismos entre lo que sentimos, pensamos, decimos y hacemos. Vivimos creando guiones de películas mentales que superan la velocidad de la luz y pueden llegar a ser más tortuosas que las creadas por la mente más imaginativa del mundo del cine.
En otro sentido, vuelve a llamar nuestra atención sobre la entidad y el tamaño que asignamos a los problemas, como ocurre con el rey. El leñador siente que se hunde en un pozo cuando ni siquiera hay un vaso de agua. Al contrario, para su sorpresa, termina siendo premiado. Se trata, al fin, de la calidad de la mirada con que observamos el mundo, con qué frecuencia estamos sintonizados. Si estamos sintonizados con la frecuencia de los problemas, los veremos por todas partes, de hecho difícilmente veamos algo que no lo sea. Si estamos sintonizados con lo que conscientemente decidimos hacer, a menudo los resultados son como los esperamos.

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2 comentarios:

  1. Cuando estamos plenamentes convencidos que podremos volar no importa cuantas cosas nos dicen que no lo lograremos, con la FÉ (Fuerza espititual que colocamos en lograr lo que nos proponemos) desplegaremos las alas.
    Exelente!!! cada uno de los enfoques del Rey y del leñador. Todo será para cada quien, según el cristal con que se mira.

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  2. Gracias querida Vilma! Comparto tu reflexión, cuando uno puede llegar a decidir de manera consciente desde su ser, arriba a un grado de certeza que sustenta esa FE que de modo tan bonito caracterizas. Un abrazo!

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