miércoles, 28 de diciembre de 2011

¿Santidad? No... ¡¡Humanidad!!


Cuando nos planteamos introducir cambios en nuestra vida, y que el modo más satisfactorio para ello puede ser emprender el camino hacia nuestro propio Ser (desde donde podremos, luego, aportar-nos a la coexistencia y a la convivencia con los demás), nos situamos en esa dirección, podemos llegar a abrazar intelectualmente esa decisión, pero aún no la convertimos en una práctica.
Más allá de los miedos de todo tipo que pueden asaltarnos en esos momentos, hay uno muy común que, sin presentarse exactamente como tal, suele influir para que nos estanquemos y no avancemos en el sentido en que pensamos que queremos hacerlo. Ese temor tiene que ver con que el desafío de implementar cambios que aporten satisfacción a nuestra vida, a menudo se nos presenta como un dificultoso camino que, casi paralelamente, conduce a la santidad: si nos abstenemos de culparnos y de culpar a otros; de criticar; de quejarnos; si actuamos de manera inocente (no nociva, es decir, sin generar daño ni a nosotros ni a los demás); si aunque no aportemos a la solución que busquen otras personas relacionadas con nosotros, al menos dejamos de ser parte de sus problemas; si vivimos sin envidias ni egoísmos; si la alegría se vuelve una presencia cotidiana… si todos y cada uno de esos “si” estuviesen activamente manifestados en nuestra vida, sin dudas experimentaríamos una mejor calidad de vida que la que solemos experimentar. Pero… el pequeño detalle es que, cuando nos imaginamos estos cambios, con frecuencia los vemos como un objetivo casi imposible de cumplir o, en todo caso, que si pudiésemos cumplirlos, estaríamos, al mismo tiempo, accediendo a la calidad de santos, bodhisattvas o el nombre que prefiramos darle a esa condición.
Y, por cierto, no vemos en nuestra situación presente muchas características de las que acostumbramos creer que pueblan las vidas de seres iluminados que merecen esa denominación.
Puede que, pese a ello, plenos de entusiasmo comencemos a “intentar” algunos cambios. Quizás podamos practicarlos sin volver a incurrir en viejos hábitos pero, más probablemente, antes o después nos veamos inmersos en situaciones que creíamos superadas. Cuando ese momento sobreviene, nos vemos ante la tentación de renunciar. Ya tenemos la excusa de que lo “intentamos”, y no funcionó. Lo cual prueba que, como suponíamos, era una empresa demasiado exigente, más propia de santos que de personas comunes y corrientes como nosotros. Y volvemos al punto de partida, sólo que, ahora, con una nueva sensación de frustración en nuestra vida.

Otro punto de vista
Quizás un buen punto de partida sea advertir que, a quienes tomamos por “santos”, son declarados tales por otros seres humanos. En ningún caso surge entre las nubes el dedo de la divinidad (cualquiera sea) señalando a alguien públicamente como tal. Con lo cual, también lo que sabemos de sus vidas suele ser lo que corrobora su santidad, y no los detalles que puedan marchar en una dirección diferente (salvo aquellos previos que puedan ser útiles para marcar el contraste entre el “antes” y el “después”). Son francamente excepcionales aquellos casos en que la iluminación surge indudable a la vista de cualquiera.
Por otra parte, quizás nos ayude advertir que, si bien siempre estamos a tiempo de cambiar para vivir de un modo más satisfactorio, y, en ese sentido, siempre estamos a tiempo de partir “desde cero” (pues que no hayamos logrado algo ayer, no implica que hoy no lo podamos lograr), en otro sentido nunca partimos “desde cero”, sino desde una situación existencial determinada, que cuando acumulamos insatisfacción suele ser más bien de “menos cien”. En este segundo sentido, para evaluar nuestros logros quizás no sea conveniente tanto mirar adónde queremos llegar, sino desde dónde hemos partido. Por ejemplo, si comenzamos desde una situación en que todos los días experimentamos episodios de ira, que logremos estar dos días sin pasar por ella bien puede constituir un avance. Si nos quejamos cincuenta veces al día, lo ideal puede ser que no nos quejemos para nada, pero bien puede ser un logro realista si advertimos que un día sólo nos quejamos diez veces. Todo avance o retroceso es relativo, y ello se determina según el parámetro con el cual establezcamos la relación.
Si logramos adoptar este segundo punto de vista, nos aproximaremos a una perspectiva en la que el cambio personal no es una cuestión de santidad sino, más bien, de profunda humanidad.
Es un camino absolutamente humano el aceptarnos falibles a la vez que capaces de realizar progresos. Que nos permitamos “resbalar”, pues tenemos el potencial de volver a ponernos de pie. Que nos felicitemos por cada avance, y que nos comprendamos en cada “recaída”. Que entendamos amorosamente que, cuando volvemos a viejos hábitos, no es por falta de sinceridad en nuestra decisión de ir más allá de ellos, sino por lo profundamente arraigados que pueden estar aquellos.

Algunas “claves”
Hablar de “claves” puede conducir a la errónea idea de que existen “recetas” cuyos resultados están garantizados y, en la vida humana, casi nada ocurre de ese modo.
Pero bien puede usarse esa palabra para referirse a aspectos que, cuando los tenemos en cuenta, con mucha probabilidad irán en cierta dirección más que en otra opuesta. Algo así como sostener que, si sembramos semillas de trigo, difícilmente cultivemos uvas.
* Así, una clave es no proponernos objetivos pequeños, pues cuando nos ponemos metas bajas, solemos lograrlas y conformarnos en una zona cómoda aún lejana a las decisiones de nuestro Ser. Podemos plantearnos objetivos realistas, atendiendo a nuestra situación presente, y ponerlos en el contexto de un cierto sentido que nos propongamos, de manera que a medida que vayamos realizando aquellos, podamos avanzar hacia otros sin salirnos de ese contexto global.
* Otra clave, coherente con la anterior, es tener claro que el cambio personal es un proceso, y no algo instantáneo que se juega a suerte o verdad en una sola ocasión (como si de patear un tiro penal se tratase). De manera que el camino puede tener altos y bajos, avances y retrocesos, pero en la medida en que persistamos en él y no lo abandonemos, más tarde o más temprano nos descubriremos situados en un lugar existencial distinto a aquél desde el cual emprendimos la marcha.
* Otra clave que se halla en la misma dirección es que, cuando persistimos en el proceso, podemos ser comprensivos con nosotros mismos con respecto a los detalles. Pues podemos abordar los sucesos con una perspectiva más amplia, y advertir que cuando estemos llevando a cabo algún viejo hábito, quizás sea así, pero también será verdad que estas “recaídas” serán, paulatinamente, más espaciadas en el tiempo y de menor intensidad.
* Y otra clave básica es que, en tanto podamos participar del proceso desde la base de manifestar nuestro Ser con Amor, en cada momento podremos tener presente que lo que expresamos es lo que mejor sabemos y podemos en ese preciso momento. Que en otro momento podrá ser distinto, pero en este se manifiesta así, y por tanto es digno de recibir nuestra entera aceptación (que no es resignación).


Notas relacionadas: Si te gustó esta nota, quizás te agrade leer “De la idea al sentido”, disponible en http://enelcaminodevivir.blogspot.com/2011/03/de-la-idea-al-sentido.html


Desde ya te agradezco tu visita, tu atención. Si querés compartir tu comentario conmigo y con otros visitantes, podés usar el espacio que hay aquí abajo. Si esto te gustó y querés compartirlo vía Facebook, Twitter, etc., también aquí abajo encontrarás los botones para hacerlo. Si querés regalarme el placer de tu compañía en mi página en Facebook, en el lateral derecho encontrarás la opción para unirte. Gracias! Pablo

2 comentarios:

  1. Vilma Angulo Lucena2 de enero de 2012, 22:26

    Querido Pablo,lo que bien explicas es en parte mi forma de vivir, tratando de no ser problema si no tengo la solución en mis manos,simpre tengo la mente en positivo por mas que sea fuerte el problema, cuando mis fortaleza se dibilita, respiro profundamente y me coloco en la posición del otro o viendo el problema desde otro ángulo, me dejo guiar por el profundo amor que tengo hacia el ser humano y con la serenidad que me caracteriza encuentro la solución y si no existiera lo dejo pasar pues es inutil seguir enganchada en lo que no tiene solución. Todo ésto y mucho más es un cambio que he experimentado hace unos años, ver de cerca la posibilidad de la muerte te cambia, te hace ver la vida desde otra perspectiva, me llenó de amor y agradecimiento y estoy siempre dispuesta al cambio, por que sé que desde el amor y con Fé(Fuerza Espiritual para mí)todo se puede logran.Gracias por ser y estar.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias, querida Vilma! Tus palabras están llenas de paz y sabiduría, y seguramente nos transmiten iguales características de tu vid cotidiana. Es muy agradable contar con tu luminosa presencia. Un enorme abrazo! pablo

    ResponderEliminar