Queremos cantidades innumerables de cosas, entendiendo por “cosas” a objetos, situaciones, estados, experiencias, personas…
No todo lo que queremos, lo queremos del mismo modo, en el mismo nivel. Como en el juego infantil de deshojar la margarita, hay cosas que queremos mucho, otras poquito y otras nada. La cuestión se complica un poco porque ya somos adultos, porque seguimos deshojando flores para aclararnos qué es lo que queremos, porque no obtenemos lo que queremos y a menudo sí lo que no deseamos.
Los invito a que echemos un vistazo a los distintos niveles de nuestros “deseos”, para ver si al final de nuestro recorrido tenemos algo más de claridad sobre cómo vivimos este tema en nuestra vida.
I.- Niveles de manifestación
En el mundo de manifestación física en que vivimos, nos expresamos a través de lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos.
Esos cuatro aspectos, a su vez, están urdidos en el entramado que forman nuestros diversos planos de existencia: mental, física, del corazón y espiritual.
Todo ello muestra que nuestras vidas son fenómenos altamente complejos, por lo que pretender reducirlas a descripciones lineales, conduce a simplismos, a explicaciones insuficientes que dejan de lado elementos que son relevantes para la configuración del todo.
Esos niveles de manifestación, en conjunto con los planos de existencia desde los cuales los accedemos, motivan que experimentemos estados de “consonancia” o “disonancia”. Vivimos en mayor consonancia cuantos más niveles manifestamos en la misma dirección, y desde la mayor cantidad de planos de existencia, y a medida que esta coherencia interna disminuye, nos desplazamos hacia el lado de la disonancia.
Dicho más sencillamente: cuando sentimos, pensamos, decimos y hacemos en la misma dirección, y teniendo de acuerdo a nuestros planos mental, físico, del corazón y espiritual, la consonancia es completa. A medida que lo que sostenemos en un nivel se contradice con otro, o existe una pugna entre nuestros planos de existencia, se incrementa nuestra disonancia. Un ejemplo sencillo de disonancia cognitivo-emotiva: sabemos que cierta sustancia nos hace mal, pero igual la consumimos.
¿Cuál es la relevancia de esto? Que los “resultados” que producimos tienen estrecha relación con ese grado de acuerdo o desacuerdo entre nuestras manifestaciones y los planos desde los que lo hacemos.
II.- Creer y Saber. Lo que deseamos vs. lo que esperamos
No hace mucho nos referimos a la diferencia entre creencia y conocimiento. Básicamente, recordemos que el conocimiento nos otorga un grado de certeza que en la creencia está ausente; cuando sólo creemos en algo, junto a la creencia anida la duda, que muy probablemente hará su aparición cuando pasemos una situación que nos ponga a prueba.
La distinción es importante para distinguir entre lo que “deseamos” y lo que “esperamos”. Mientras lo que deseamos es lo que nos “gustaría”, lo que esperamos es lo que sabemos o creemos en cuanto a la concreción real de ese deseo. Ejemplos:
a) Deseo: Queremos viajar a París y conocer la Torre Eiffel.
b) Saber:
1.- Sabemos que estamos ahorrando dinero para pagar el viaje, que tendremos vacaciones en determinadas fechas, que tenemos la documentación necesaria en regla, que la agencia de turismo X tiene una promoción muy conveniente para la fecha que nos interesa, etc.; o bien,
2.- Sabemos que tenemos un salario que apenas nos permite subsistir con lo justo, que de poder ahorrar algo tenemos una docena de necesidades más imperiosas que viajar a París, que no podemos tomarnos ni un fin de semana en una localidad a 10 kms. Del lugar en el que vivimos habitualmente.
En uno u otro caso, cuando sabemos, esperamos lo que sabemos, más allá de lo que nos gustaría. En el supuesto 1.-, esperamos ir a París; en el 2.-, esperamos no ir.
c) Creer: Como la creencia no está respaldada por la experiencia, ni cuenta con la convicción de que lo que creemos es así, sino que más bien se mueve en un plano puramente mental, es posible sostener creencias opuestas, como es natural sostener una creencia a la vez que dudar de ella. La creencia sólo es desplazada por el saber, como la oscuridad es desplazada por la luz. Así, siguiendo con el ejemplo, podemos creer que es muy costoso viajar a París, que es muy difícil, que los milagros existen, que quizás uno de ellos nos toque, que en realidad es improbable que vivamos un milagro… En definitiva, una bolsa de gatos de creencias, luchando unas contra otras. El resultado será como querer hacer una torta echando sal, azúcar, pimienta, harina, un trozo de carne, agua, vodka… un bodrio.
Aquí, esperamos lo que creemos, y como creemos cosas diferentes, esperamos de acuerdo a cuál sea la creencia predominante según el momento. Esperar de modo variable, y de acuerdo a esa variabilidad pensar, sentir, decir y hacer, nos hace ser inconsistentes. Y cuando somos inconsistentes, nuestras manifestaciones también lo son.
He allí porque, con frecuencia, deseamos lo mejor pero esperamos lo peor.
III.- La importancia del “sí” y del “no”
Cuando deseamos algo, podemos enfocar nuestra atención de modo positivo o negativo, esto es, en función de lo que queremos o de lo que no queremos.
La cuestión no es meramente lingüística, sino que la clave radica en dónde depositamos nuestra atención, lo que a su vez es expresivo de dónde se arraiga nuestra creencia o nuestro saber, y cuánta emocionalidad tenemos comprometida.
Si alguien nos ofrece un helado de limón, y lo rechazamos porque sabemos que no nos gusta ese sabor, y la invitación no nos compromete ninguna emoción, decir que “no” es suficiente, con ello no generaremos que comiencen a llovernos invitaciones a comer helado de limón. Porque sabemos, porque no le dedicamos más atención que la necesaria, porque no involucramos ninguna emoción.
Pero si vamos a una cena y no disfrutamos de ella porque esperamos que, como postre, nos den helado de limón, y pensamos y sentimos cuánto odiamos ese gusto, y no hacemos más que rumiar respecto a ese postre, y nos reprochamos para qué habremos ido a esa cena si al final nos veremos con el maldito helado, y que si lo rechazamos tal vez piensen que somos unos desconsiderados, pero también los anfitriones son unos egoístas por no prever que a alguien puede no gustarle esa clase de postre… quizás al término de la comida nos ofrezcan o no el helado, pero de lo que no hay dudas es que habremos pasado mal toda la velada. Y no se trató de decir “no”, sino de echarle combustible una y otra vez a cierta dirección de nuestra atención.
Reiteremos, entonces: la cuestión no pasa por decir “no”, sino en qué “sí” nos centramos.
IV.- Niveles de deseo
IV.-a) El nivel de la “idea”
Es el nivel más básico. Generalmente puro pensamiento, rara vez algo de emoción, pero cualquiera de ambos en un nivel muy débil. Es la idea como puro potencial, absolutamente hipotética. Se nos ocurre algo que podría ser o no, pero creemos o sabemos que no ocurrirá.
Por ejemplo: Nos gustaría volver a ser niños. Nos gustaría escalar el Everest. No nos gustaría ser mujeres en una cultura poligámica. No nos gustaría ser de raza negra en un país racista.
El enunciado contradice verdades que juzgamos evidentes, absolutas, para todos en nuestra condición. Pensamos y sen timos que es irrealizable, por lo que ni siquiera nos planteamos la cuestión de los recursos.
IV.-b) El nivel del “deseo”
Es el nivel del “quisiera” o “no quisiera”.
Quisiéramos tener dinero. Quisiéramos tener una relación de pareja satisfactoria. Quisiéramos tener un trabajo que nos resulte significativo. No quisiéramos enfermarnos. No quisiéramos estar abrumados por obligaciones.
Podemos tener el pensamiento, la emoción, o ambos, pero tenemos una creencia que es válida para nosotros, que para nosotros es evidente, absoluta, porque nos vemos carentes de los recursos necesarios y creemos que siempre será así. Es lo que consideramos como el peso incontrastable de la realidad. Es válida para nosotros, porque otros sí tienen dinero, son saludables, gozan de relaciones satisfactorias, etc.
Esto puede generar el sentimiento de “envidia”, así como el sentirnos culpables por no tener aquella cualidad que sí tienen quienes logran lo que deseamos.
La creencia que sostenemos es mayor al deseo.
IV.-c) El nivel del “proyecto”
La idea básica, o el deseo, se conectan con otros en una armazón más estructurada, pero aún rudimentaria, embrionaria. El pensamiento y/o la emoción aún son débiles. Es el nivel del “quiero” o “no quiero”.
Queremos ser sanos. Queremos relacionarnos satisfactoriamente. Queremos tener dinero. No queremos tener sobrepeso. No queremos tener deudas. No queremos pelearnos con las personas.
Comienza a aparecer en el horizonte la “meta”, apenas clara, apenas definida.
La creencia suele ser oscilante. A veces creemos que podemos, a veces creemos que no.
En los momentos en que creemos que podemos, creemos que disponemos de los recursos necesarios, aunque probablemente aún no veamos claro cómo utilizarlos en dirección a lograr lo que queremos.
En los momentos en que creemos que no podemos, o bien creemos que no tenemos esos recursos, o nuestra sensación de no saber cómo emplearlos es demasiado intensa y creemos que nunca lograremos saberlo.
Sentimos que nuestra energía se dispersa o desaprovecha.
A menudo, aquí desarrollamos una actitud de “espera”: esperamos que, en algún momento, veamos cómo usar nuestros recursos, ya sea por nosotros mismos o porque otro nos lo indica. Podemos pensar, sentir y decir, pero aún no hacemos con miras a lo que queremos.
Este es también el momento en que podemos aprovechar para formarnos, para incrementar nuestros recursos, para buscar información, etc.
IV.-d) El click de la “intención”
En este punto, experimentamos el “click” que conduce a que el proyecto se convierta en meta; la intención es el elemento de articulación que permite el paso de un nivel a otro.
La intención es dirigir nuestra atención en cierta dirección, y nuestra atención se enfoca en la meta que queremos con la creencia de que es factible.
Sabemos que eso es lo que queremos, y sentimos que poseemos los recursos.
La intención implica un pensamiento fuerte y una emoción comprometida.
IV.-e) El nivel de la “meta”
El proyecto adquiere un carácter concreto, con un objetivo definido, con una temporalidad que, sin ser rigurosa, brinde un cierto marco de realización, con la selección de ciertos medios que tienden a la meta.
El pensamiento y la emoción que se hicieron fuertes a través de la intención, se ven reforzados con palabras y actos que confirman la meta y nos ponen en marcha hacia ella.
Una vez que experimentamos la intención, podemos organizar nuestros recursos en una forma que creemos nos conduce a la meta.
Por ejemplo: Queremos ser médicos. Tenemos tiempo y capacidad intelectual para ello. Nos inscribimos en la universidad y comenzamos a cursar.
Pensamos, sentimos, decimos, hacemos. Creemos, sabemos.
IV.-f) El nivel del “propósito”
Es el “POR QUÉ” de la meta. Así como la meta es instrumental (es “PARA” algo más allá de ella), el propósito también lo es (aunque pueda aparentar lo contrario) con relación al “sentido”.
Vamos a la Facultad de Medicina para graduarnos como médicos, “porque” queremos ayudar a la gente a vivir en salud, “porque” ser médicos nos aportará consideración social, “porque” nos producirá satisfacción que nos llamen “doctor”, etc.
IV.-g) El nivel del “sentido”
Es el “PARA QUÉ” del propósito, el fin último, el “para qué” final. Es el nivel de las grandes respuestas de nuestra vida, y aquí ya trascendemos lo instrumental para experimentar la expresión de nuestro Ser.
Tenemos la meta de ser médicos, con el propósito de ayudar a otras personas, para vivir con el sentido de experimentar amor, paz, etc.
El sentido es personal, y según la posición que a su respecto adoptemos, es nuestra tarea individual construirlo o descubrirlo desde nuestra propia vida. Hay distintas y muy variadas consideraciones acerca de lo que es el sentido, pero para lo que nos interesa aquí, podemos retener que la noción de sentido dota de contenido, si bien variable, a nuestra vida. Es el último horizonte de para qué nos manifestamos como nos manifestamos, y desde qué planos de nuestra existencia adoptamos decisiones al respecto. Es un buen parámetro, a la vez, para considerar si nos basamos en creencias o en saberes. Y es un criterio bastante fiable de establecer si nuestras creencias o saberes aportan a nuestro crecimiento a nuestra limitación.
V.- No hay recetas
Conviene decir unas últimas palabras en cuanto a que no hay recetas universales ni fijas.
Hay personas que experimentan una enorme claridad en cuanto al sentido, y ello les permite relajarse adecuadamente en los otros niveles, pues logran experimentar que todo reconduce a ese sentido que perciben.
Por lo común, es más frecuente que comencemos desde la idea y vayamos pasando al deseo, al proyecto, etc. Cuando escogemos esta última opción, saltearnos etapas puede conspirar en nuestra contra, pues nos perdemos de incorporar elementos que van fortaleciendo nuestra decisión. Por ejemplo, si nos fijamos metas sin haber madurado la idea, elaborado el proyecto, etc. Recorrer etapas no es seguir las indicaciones de una receta, sino transitar un proceso de crecimiento.
VI.- Conclusión
Reparar en estas cuestiones quizás nos ayude a ganar en claridad en nuestra vida diaria, pues dejaremos de referirnos indiscriminadamente a lo que “queremos”, para evaluar qué tanto queremos eso que creemos que queremos, y en qué etapa de su desarrollo estamos.
Adentrándonos en estas distinciones que quizás a primera vista puedan parecernos excesivamente sutiles, a medida que adquiramos el hábito de distinguir podremos ver que hay deseos a cuyo respecto sólo jugamos con la idea, mientras que en relación a otros no vamos más allá del proyecto, a otros los convertimos en metas, a otros los encaminamos a propósitos y, por último, unos pocos son los que tienen que ver con el nivel del sentido.
Aclarar el mapa puede ayudarnos a recorrer el territorio, a enfocar nuestra atención, a encaminar nuestros pasos, a orientar nuestros recursos, a trascender ciertas creencias mediante la adquisición de saberes.
Quizás, a medida que ganemos en claridad, ganemos también en comprensión y conciencia en cuanto a qué queremos, qué no queremos, qué manifestamos y por qué.
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