(Del libro “La oración de la rana”)
Un gran y estúpido rey se quejaba de que la aspereza del suelo lastimaba sus pies, de manera que ordenó alfombrar de cuero todo el país.
El bufón de la corte se mataba de risa cuando el rey se lo contó. «¡Es una idea absolutamente absurda, Majestad!», exclamó. «¿A qué viene un gasto tan innecesario? ¡Mandad cortar dos trozos de cuero y protegeos con ellos vuestros reales pies!»
Así lo hizo el rey. Y así se inventaron los zapatos.
El que ha alcanzado la iluminación sabe que, para que no haya dolor en el mundo, uno ha de cambiar su corazón, no el mundo.
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ACTITUD
La actitud es, ante todo, una relación. Porque la actitud se refiere a la disposición que sostenemos con relación a alguien o a algo. Obviamente, la primera relación es la que mantenemos con nosotros mismos y, desde allí, nos relacionamos con los demás.
Esto señala, por de pronto, dos aspectos.
El primero, la importancia de las relaciones, de todas ellas, en nuestra vida. Aún más, podríamos preguntarnos si existe nuestra vida más allá del concepto de relación. Así viviéramos en el lugar más remoto y en la mayor soledad, tendríamos allí aún dos relaciones como mínimo: con nosotros mismos y con el lugar.
El segundo, y dado el estrecho nexo entre actitud y relación, cuánto influyen la una sobre la otra. La actitud con que nos dispongamos a una relación influirá sobre la calidad de esta, y la calidad de relaciones que tengamos incidirá sobre nuestra actitud. Pero influencia no es decisión ni, mucho menos, determinismo.
Si la actitud es disposición hacia la relación, y la primera relación es con nosotros mismos, ¿quién es el “dueño” de la actitud? o, dicho de otra manera, ¿quién la decide? ¿Puede ser alguien más que nosotros?
Para aclarar esto, puede ser útil distinguir dos etapas: la de inmadurez y la de madurez.
Mientras somos inmaduros (= etapa previa a madurar, a dar frutos, época de siembra), somos el campo de labranza en el cual se van depositando las semillas. Esto no necesariamente coincide con nuestra cronología personal, ocurre típicamente mientras somos niños, pero a menudo se extiende (y se extiende… y se extiende!) en el tiempo. Por lo general, esas semillas las ponen otros (nuestros padres, el sistema educativo, la sociedad, etc.). Cuando nuestra formación se asienta en una intelectualidad enciclopedista, en una emocionalidad desconectada, en una espiritualidad ritualista, ¿qué semillas se están sembrando? ¿Es extraño que “crezcamos” como plantas endebles, raquíticas, que no fructifican y se agitan ante la más leve brisa? Si, cuando niños, somos cultivados de esta manera, nuestra inmadurez se prolonga y, ya adultos física y cronológicamente, continuamos sembrando con las semillas que ya conocemos. Poco importa si las plantamos nosotros, o seguimos permitiendo que sean otros quienes las siembren. De un modo u otro, la base es la misma: nuestra falta de conciencia de que podemos elegir distinto. Reproducimos en automático (sin darnos cuenta, inconscientemente) lo que estamos acostumbrados a vivir, lo que forma nuestro sistema limitante de creencias.
Cuando maduramos, el panorama es otro. Producimos frutos. Somos plantas desarrolladas. Si esto se produce como resultado de un proceso iniciado en la infancia, con cultivos apropiados que fomentan nuestra conciencia, nuestro poder de elección, el tránsito de una etapa a otra puede ser suave, apacible, pues existe una continuidad en la que “naturalmente” vamos pasando de una fase a la siguiente. Claro que esto no es lo que suele ocurrir en la gran mayoría de los casos. Más bien, lo habitual es que la maduración provenga de una decisión personal de pasar de un paisaje a otro, de salir de lo insatisfactorio ya conocido para lanzarnos a algo que, en ese punto, nos es incierto.
La gran cuestión aquí es: ¿por qué querríamos salir de lo que conocemos (que nos aporta seguridad) para ir en busca de lo desconocido? Si, como cuenta el texto de Anthony de Mello, vivimos en un país rocoso donde toda la gente va descalza, y nos enseñan que la forma de no lastimar nuestros pies es alfombrando el suelo, porque siempre se ha hecho así, ¿de dónde extraeríamos la loca idea de inventar el zapato?
Creo que hay dos fuentes, y son las que alimentan a todos quienes inventan algo (o al menos históricamente ha sido así, hasta que se agregó una importante tercera fuente que es el afán de lucro): el espíritu aventurero (el deseo misterioso de ir más allá de las fronteras de lo conocido), o la acumulación de insatisfacciones hasta el punto en que estas se vuelven tan insoportables que alguien decide buscar el modo de trascenderlas.
Por lo general, en nuestra vida tomamos este segundo camino, y no es extraño que así sea. Si nos habituamos a marcos de creencias que nos dicen que no podemos, que no accionamos sino que reaccionamos, que somos culpables, que la vida es dura, que no somos lo bastante buenos para…, que tenemos que ser aprobados por otros, que las cosas son como son, que la realidad es inmodificable… difícilmente desarrollemos espíritu aventurero. Mucho más probablemente, seremos personas grises repitiendo experiencias insatisfactorias. Un día, otro, y otro… y otro más… y así quizás hasta que se nos pase la vida y eso haya sido todo… o quizás hasta algún bienaventurado momento en que nuestra capacidad de resignarnos al hartazgo se colme, y decidamos buscar alguna alternativa, aunque no tengamos entonces idea de cuál pueda ser.
Esto arroja una luz interesante sobre los “problemas” que afrontamos en nuestra vida.
Con esa luz, podemos a menudo ver que, más allá de la apariencia que presenten, en esencia esos problemas tienden a reiterarse. ¿Cuántas veces nos encontramos diciéndonos “otra vez me volvió a pasar”?
Con esa luz, también, podemos ver que esos problemas son los que nos brindan la oportunidad de trascenderlos. Si, ante ellos, logramos detener nuestra respuesta automática, y verlos desde la perspectiva de “bien, he aquí esto, ¿cuál es la forma más satisfactoria de ir más allá de él?”, quizás lo que hagamos (y sintamos, pensemos y digamos) sea de una calidad diferente. Es la oportunidad de detener la noria, de salir de ella. Dicho de otro modo, es la oportunidad que se nos presenta de elegir, una vez más, entre cambiar de collar o dejar de ser perros.
En este punto, entonces, sabiendo que la actitud implica siempre una relación, que la primera relación es con nosotros mismos, que somos nosotros quienes podemos elegir nuestra actitud (y que cuando no lo hacemos, también estamos eligiendo), que para ello tenemos que formular una elección consciente de compromiso personal, y que para que esto sea posible es necesario detener nuestro piloto automático y ver nuestra vida (y lo que en ella ocurre) desde un punto de vista que nos permita descubrir aspectos que no habíamos advertido, descubrimos la importancia del “enfoque”.
El enfoque es la elección continua que realizamos (por acción u omisión) respecto a qué y cómo centramos nuestra atención. En sentido general, tenemos allí toda nuestra vida que se despliega como un tapiz coherente ante nosotros. En sentido particular, cada experiencia concreta que vamos transitando.
¿A qué le prestamos atención? Ante el vaso de agua (y cada experiencia es ese vaso), ¿en qué nos centramos? ¿Qué disposición tenemos hacia él? ¿Vemos el vaso medio vacío o medio lleno? ¿Vamos a beberlo disfrutando que sacia nuestra sed o lamentando que no contenga otra bebida? ¿Nos decidimos a probarlo confiando en que sea agua potable, o lo dejamos sin tocar creyendo que es agua salobre? Si al primer sorbo advertimos que su sabor es horrible, ¿nos permitimos dejarlo, o nos obligamos a seguir bebiendo en función de que podríamos frustrar las expectativas que otros tienen depositadas en nosotros?
Ante cada pregunta, la respuesta depende del enfoque, del punto en el cual decidamos asentar nuestra actitud.
Ante cada pregunta, la respuesta, la última respuesta más allá de todo condicionamiento, es solo nuestra.
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Me encanta tu blog:
ResponderEliminarPasate por aqui a recoger un premio:
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Guauuuu, que buena conclusión sacaste de un relato tan corto.
ResponderEliminarPartes que me llegaron: "entre cambiar de collar o dejar de ser perros." lo relaciono con desapego.
"Ante cada pregunta, la respuesta, la última respuesta más allá de todo condicionamiento, es solo nuestra." lo relaciono, a no vivir en base a las opiniones de otros...
Cariños
Qué interesante! Lo de dejar de ser perros me resultó duro, lo asocio con "mujer o ratón?! Al igual que Girl6 lo asocio con el desapego. Porque me leyeron algo sobre el tema y también hablaba del "piloto automático". "Para volar tuviste que liberarte de la porquería que te hundía" leí, no sé dónde ni de quién. Qué difícil es liberarse de la porquería. La forma más "divertida" que yo encontré fue contactándome con mi niña interior. Adoro ese libro de Anthony de Mello, es uno de los mejores libros de cuentos que conozco. Muy divertido también. Cariños. Rosi
ResponderEliminarLa actitud para mí es, que si la elección de la reacción a todo, es absolutamente nuestra, debemos entonces centrarnos en reaccionar, bajo la serenidad, el amor, la inteligencia, con una gran carga de positivismo y la madurez que nos ha dado la vida.
ResponderEliminarGracias Marilyn, muy amable por tu concepto y la invitación. Gracias Girl6, creo que todas las lecturas son posibles, y en ese sentido toda palabra escrita es, de algún modo, una obra incompleta que va a completarse para cada destinatario con el sentido particular que desde sí le halle. Esa frase que relacionas con el desapego para mí pasaba por apuntar a dejar de hacer cambios que no son tales porque no modifican nada, de allí que el perro por más que cambie de collar sigue siendo perro, pero desde vos formulaste otra interpretación, y me parece fantástico, me encanta eso. Pablo
ResponderEliminarGracias Rosi por tu visita y tu comentario, comparto tu gusto por de Mello. Como decía en el comentario al comentario de Girl6, cuando uno lee algo formula una lectura personal, y desde allí, creo válida y positiva la propia interpretación que se haga. Nunca mi intención es ser duro con nada, la referencia a ser perro también la amplié en ese comentario, y francamente no pensé ni en mujer ni en ratón, así que vaya a saber qué te despertó esas asociaciones. Tampoco apuntaba directamente al desapego,pero por lo dicho, toda lectura es posible. Quizás liberarse de la porquería sea difícil porque estamos acostumbrados a concentrarnos en la lucha contra ella, y así le seguimos prestando atención y energía, en vez de simplemente enfocarnos en aquello a lo que aspiramos, tarea tampoco sencilla pero que sí presenta menos trabas cuando dejamos de dispersarnos en combates innecesarios. Cariños, Pablo
ResponderEliminarGracias querida Vilma, hago mías tus claras palabras, siempre la elección de nuestras reacciones es, como ellas, nuestra. Por eso he allí el momento clave de estar continuamente conscientes y presentes. Y, por otra parte, tener también claro que, además de reaccionar, también, y mayoritariamente, tenemos la posibilidad de elegir accionar, obrando como causas y no sólo ante las causas que ponen otros. Cariños, Pablo.
ResponderEliminarmuy buena tu reflexión, me callo como anillo al dedo" tienes razón cuando dices que, debemos aventurarnos para descubrir nuevos horizontes y traspasar el limite del pensamiento del cual he vivido, de las creencias que fuerón trasmitidas por nuestros abuelos a los padres y estos a nosotros los hijos. HAY QUE VIVIR EN LIBERTAD Y AVENTURAR NUESTRO PENSAMIENTO. SALUDOS!
ResponderEliminar!despertar! ALERTA AUTOCONCIENTE.DEMOSTRACIONES.GRATITUD.LIBERACION.PAZ.SERVICIO.!!!MARAVILLOSO CAMINO!!!!! (SIN ALFOMBRAS) BSOSSSS
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