El regalo
Quiero hacerte un regalo, hijo mío, pues la vida nos arrastra a la deriva.
El destino nos separará, y nuestro amor será olvidado.
Ya sé que sería demasiada ingenuidad creer que puedo comprar tu corazón con mis regalos.
Tu vida es aún joven, tu camino largo. Bebes de un sorbo la ternura que te ofrecemos, luego te vuelves y te vas de nuestro lado.
Tienes tus juegos y tus compañeros, y comprendo que no nos dediques ni tu tiempo ni tus pensamientos.
Pero a nosotros la vejez nos da ocasión de recordar los días pasados, de reencontrar en nuestro corazón lo que nuestras manos perdieron para siempre.
El río corre rápidamente y rompe, cantando, todos los obstáculos que se le presentan. Pero la montaña inmóvil lo ve pasar con amor y guarda su recuerdo.
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En alguna ocasión ya hicimos en este espacio alguna reflexión a propósito de los hijos[1], y hoy volvemos en parte sobre el tema a propósito de este bello y conmovedor texto de Rabindranath Tagore.
Puede resultar interesante adoptar la perspectiva de que nuestros “hijos” son, sin duda, los seres que son tales ya sea en un sentido genealógico o sentimental, pero también lo son todas las “obras” que aportamos a este mundo de manifestación física en el que vivimos.
En este sentido, quizás seamos un eslabón intermedio en una cadena que no sabemos muy bien hacia dónde va, pero que sin dudas continúa mucho más allá de nosotros. Y, sin embargo, precisa de nosotros para que aportemos el engarce justo en el momento adecuado.
Somos ríos de montañas que nos han visto nacer, y somos montañas dando a luz nuevas corrientes que se alejan de nosotros llevando vida a otros rumbos, para finalmente desembocar en otras aguas lejanas.
De nosotros depende decidir qué medio ambiente brindamos, para que esas corrientes nuevas surjan cristalinas, vigorosas.
Poder adoptar esta perspectiva, por otra parte, quizás sea una de las más bellas aplicaciones concretas del amor incondicional, de ese amor que se dona en integridad desapegándose de los resultados y de las retribuciones, que se regocija en el propio acto de regalarse. Poder tomar este punto de vista excluye, en buena medida, la noción de “sacrificio”, que conlleva cierta idea de intercambio. No hacemos algo sacrificándonos a cambio de otra cosa, sino que ante diversas posibilidades, elegimos aquella que representa un regalo absoluto. Desde este enfoque, no hay lugar al reproche hacia ese “algo” o “alguien” a quien el obsequio se brinda, ni hay lugar para el sufrimiento de estar renunciando a otra alternativa. Es saludable decidir en miras de nuestras elecciones, no de nuestras renuncias.
También, en algún sentido, esta perspectiva puede ayudarnos a desprendernos de la ansiedad en cuanto a los “resultados” de nuestros hijos, de nuestras obras. Si podemos centrarnos en nuestro rol de generadores, de creadores, podremos enfocarnos en el propio acto de parir, de decidir qué es lo que regalamos, desde nuestra única individualidad, al mundo. En lugar de posponer toda satisfacción hasta un incierto futuro sujeto a múltiples variables más allá de nuestra decisión, podremos concentrarnos gozosamente en que ese acto de generación sea luminoso y pleno.
Quizás eso sea lo que hacen las montañas, que habiendo hecho lo que su ser les llama a hacer, pueden permanecer inmóviles, porque para ser, no necesitan ir a ninguna parte.
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[1] Puede verse “A propósito de nuestros hijos”, en http://enelcaminodevivir.blogspot.com/2011/03/proposito-de-nuestros-hijos.html
Gracias Pablo por compartir el camino.
ResponderEliminarHermoso mensaje nos dejas, desde Rabindranath Tagore, hasta el mismo Ser, pasando por los hijos...
Un fuerte abrazo de luz, Mirta
El amor incondicional hacia los hijos. Montaña firme, que desde sus entraña afloran las nacientes de agua pequeñas, que van creciendo hasta hacerse grandes y terminar en rios o en mares a la distancia.
ResponderEliminarMuchas gracias Mirta, celebro que te haya gustado. Muchas gracias Vilma, hermosas tus palabras. Pablo.
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