domingo, 22 de mayo de 2011

Un pequeño cuento con monedas


El efecto noventa y nueve (Anónimo)
Había una vez un rey que no encontraba la manera de ser feliz. Aún cuando tenía todos los placeres a su alcance, debido a su inmensa riqueza, siempre se sentía vacío y nunca estaba satisfecho con lo que poseía.
Este rey se sentía muy intrigado respecto a uno de sus empleados más pobres, que siempre parecía estar contento y en paz. Cierto día, el rey se decidió a consultar con el sabio del reino, a quien le dijo:
- Mira, puedo tener todo cuanto se me ocurra, y nunca me siento satisfecho. Casi todas las personas con quienes me cruzo en cualquier punto del reino, suelen estar con gesto de preocupación. Pero hay alguien, que es uno de mis empleados más pobres, que sea lo que sea que esté haciendo, se la pasa cantando y con una sonrisa en el rostro. No lo entiendo.
El sabio se quedó unos momentos pensativo, y luego respondió:
- Mira, la razón de tu infelicidad, y la de casi todos los hombres, de este y de otros reinos, radica en el “efecto 99”.
- ¿Y eso qué es? -preguntó el rey.
- Bueno –dijo el sabio-, para que puedas comprenderlo, lo mejor será que lo veas por ti mismo. Para ello, regresa a tu palacio, haz preparar un costal con 99 monedas de oro y avísame cuando esté listo, que yo iré a verte.
Esa misma tarde, el sabio recibió el aviso de que ya estaba cumplido su pedido, y se dirigió a ver al rey, a quien le dijo:
- Muy bien, ahora debemos aguardar a que tu empleado feliz concluya su jornada de trabajo y se marche a su casa. Cuando lo haga, lo seguiremos sin que nos vea.
Un par de horas más tarde, cuando el empleado dejó el palacio, el rey y el sabio lo siguieron discretamente hasta su casa, llevando con ellos el costal con las monedas.
Luego de un rato de que el empleado entrara en su hogar, el sabio fue hasta la puerta, dejó junto a ella el costal, tocó a la puerta y corrió a ocultarse junto con el rey.
Al abrir la puerta, el hombre vio el costal, lo recogió y entró de vuelta a su casa. El sabio y el rey procedieron a espiarlo a través de una ventana.
Cuando el empleado abrió el costal, su rostro se transformó en un gesto de asombro. Se lo veía maravillado y sin perder tiempo comenzó a contar todas las monedas. Cuando terminó de contar, se rascó la cabeza mientras su cara mostraba un gesto de extrañeza, y comenzó de nuevo a contar las monedas.
Al terminar de contar, comenzó a dar grandes zancadas por la habitación, se dirigió a la puerta, la abrió y, luego de mirar en el umbral, volvió a meterse en la casa. Recorrió la habitación mirando en todas direcciones, y se agachó para mirar debajo de la mesa.
- ¿Lo ves, majestad? –preguntó el sabio-. Tu empleado ya no luce feliz ni sonriente.
- No acabo de comprender lo que sucede –dijo el rey.
- Oh, es muy sencillo –replicó el sabio-. Tu empleado se puso muy contento al ver el saco con monedas de oro. Pero cuando las contó, y vio que eran 99, supuso que había un error, que las monedas debían ser 100, porque estamos habituados a pensar en números redondos. Por eso volvió a contar. Cuando confirmó que, efectivamente, las monedas eran 99, en vez de darse por satisfecho, su inquietud aumentó, pues dio por seguro que la moneda número 100 debía haberse caído por alguna parte. Por eso fue a mirar a la puerta, donde estaba el costal, y luego recorrió la habitación. Ahora, como puedes ver, no canta ni ríe. Sólo piensa en qué puede haber pasado con esa centésima moneda que cree perdida.
- ¡Pero nunca hubo cien monedas! –protestó el rey.
- Tú y yo lo sabemos –replicó el sabio-, pero tu empleado no, y cree que sí, y que ahora le falta una. ¿Puedes verlo claro al fin? ¡Eso es el “efecto noventa y nueve”! Tu empleado, al igual que tú y la inmensa mayoría de la gente, ha dejado de valorar las noventa y nueve monedas que sí tiene, para enfocarse en la que cree que le falta. He ahí la clave de vuestra infelicidad.
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Donde enfocamos nuestra atención, ponemos el hálito de nuestra vida. Es allí donde estamos presentes de manera consciente.
No podemos poner el 100% de nuestra atención, al mismo tiempo, en dos focos distintos. Cuando dedicamos nuestra atención a lo que creemos que nos falta, que tememos o que consideramos negativo o perjudicial, se la estamos quitando en la misma medida a lo que tenemos, elegimos o estimamos positivo o beneficioso.
De manera que, nos demos cuenta o no, es nuestra elección decidir dónde hacemos foco.

Decidir dónde depositamos nuestra atención es hacernos cargo en buena medida del cuidado de  nuestro propio jardín. Podemos mirar en otra dirección, y dejar que se cubra de maleza, o podemos seleccionar qué especies deseamos ver crecer en él.
¿Qué semillas son las que elegimos regar? ¿Cuáles son las que queremos ver crecer y fructificar?

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2 comentarios:

  1. Vilma Angulo Lucena23 de mayo de 2011, 22:08

    Exelente!!!!!!!. Toda nuestra atención debe ser guiada hacia enfocarnos en lo positivo, ver el vaso medio lleno, no medio vacío. Gracias Pablo!!!!

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