La obra maestra
El mono tomó un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
- ¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque el cóndor era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.
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A menudo renunciamos a nuestra posibilidad de ser cóndores, de remontar vuelo y experimentar por nosotros mismos el viaje rumbo a la cima de nuestra realización personal.
Nos resignamos a quedarnos en tierra, atenazados por nuestros miedos, por nuestras creencias limitantes.
En ocasiones se nos presentan “elegidos” que, ellos sí, pueden contemplar lo que a nosotros nos está vedado. Son como monos astutos. Pero somos nosotros quienes decidimos creer en ellos.
¿Y si, por fin, un día nos decidimos a despegar?
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