martes, 26 de abril de 2011

Naturalizar


En la publicación anterior, hablábamos sobre los problemas que nos causamos cuando “personalizamos”, esto es, cuando interpretamos como una agresión enfocada hacia nuestra persona cierto suceso o conducta de otro ser humano.
Como solemos ir de un extremo al otro, y rehuimos los puntos de equilibrio, existe un fenómeno aparentemente opuesto que también puede generarnos inconvenientes.
Hablamos hoy de “naturalizar”.
¿Qué es naturalizar? Es la actitud de tomar como natural, como inherente a determinado estado o situación, casi como obvio, que ocurra algo. Banalizamos o trivializamos lo que ocurre, interpretándolo como “es lo que sucede en estos casos”, “es lo que hay”, “así son las cosas”.
Hacemos esto cuando tomamos como “natural” que alguien nos maltrate física, verbal o emocionalmente, ya sea un jefe, una pareja o quien sea; sobrevivir con un mal salario porque vendemos horas de presencia en un lugar y no compromiso con la producción de algún beneficio; que los ancianos sean depositados en geriátricos aunque su salud no lo exija; ser egoístas porque “no hay suficiente para todos” y debemos apurarnos para obtener lo que sea antes que los demás; sostener adicciones o hábitos poco saludables (no sólo en relación a sustancias tóxicas, sino también a actitudes de esa clase, como criticar a otros, sembrar discordia, depender de otros o hacer que otros dependan de nosotros, etc.); etc.
Un primer plano de confusión es tomar como natural lo que sólo es cultural. Menospreciar a las mujeres, por ejemplo, es producto de una concepción cultural, no algo que emana de la naturaleza. Hablar mal de otros, puede ser “lo que hace la mayoría”, pero no es algo natural. Que algo se nos haya vuelto una costumbre, una “segunda naturaleza”, no significa que se halle enraizado en nuestra “primera naturaleza”.
Un segundo plano es negar que, en la base de aquello que catalogamos como natural, quizás tengamos un problema. Si naturalizamos tener que “funcionar” en base a pastillas, para dormirnos, para levantarnos, para estar tranquilos, para estar contentos, para…, quizás estemos pasando por alto qué es lo que nos está ocurriendo más allá de las píldoras y de lo que éstas pretenden conjurar.
Un tercer plano es no advertir que, cuando calificamos a algo como natural, lo hacemos desde cierto sistema de creencias que poseemos, al que quizás debamos poner en crisis. Si naturalizamos que nuestra pareja nos maltrate, porque para que una pareja “dure” hay que soportar muchas cosas, estamos evaluando desde un sistema de creencias que nos dice que la duración es una característica positiva de una relación de pareja, que quizás sea la principal característica a la que deban supeditarse todos los demás aspectos de la relación, y que para lograrla uno tiene que resignarse a “aguantar” algunas cosas. El contraste es notorio cuando evaluamos otra visión posible en la que la duración es una variable más pero no la única, en la que la brújula apunta al crecimiento mutuo y no a la subsistencia temporal, y en la que ese crecimiento se obtiene con acuerdos y desacuerdos pero no “soportando”.
Un cuarto plano, es creer que porque las cosas sean como son hoy, no puedan cambiar mañana, u hoy mismo si así lo decidimos. La mayoría de las cosas suceden de cierto modo hasta que alguien comienza a hacerlas suceder de manera diferente.
Un quinto plano es creer que, aunque las cosas puedan cambiar, no será así en nuestro caso. Ya sea porque vemos a lo que ocurre como demasiado grande, o a nuestros recursos como demasiado exiguos, en cualquier caso se trata de una desproporción entre la amenaza y las herramientas que tenemos para afrontarla. ¿Y cómo se llama esa percepción de desproporción? Miedo.
Curiosamente (¿o no tanto?), cuando escarbamos un poquito más allá de la apariencia superficial que ofrecen el “personalizar” o el “naturalizar” en exceso, aparece esa emoción básica que nos persigue aún más que nuestra sombra: el miedo. Una vez más, parece que los aparentes opuestos confluyen en un mismo punto, y es que quizás, más allá de la ilusión de movimiento, cuando operamos desde el miedo lo que más a menudo hagamos sea detenernos en un mismo lugar de estancamiento existencial. Cuando nos inmovilizamos, dejamos de crecer. Y cuando dejamos de crecer, aunque le sigamos llamando vida a lo que tenemos, nos limitamos a sobrevivir, que es una de las maneras de mal-vivir.
Ser como lirios, fluir con el curso “natural” de la vida, jamás nos llevará a un estado de profunda insatisfacción. Cuando eso ocurra, quizás nos convenga analizar si, al poner la etiqueta de “natural”, no estaremos recurriendo a una excusa para rehuir la responsabilidad (y el consiguiente poder) que tenemos sobre nuestra vida.


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2 comentarios:

  1. Exelente Pablo cuanta profundidad plasmada en palabras sencillas y que llegan!!!!un abrazo desde Venezuela.

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  2. Gracias querida Vilma por tu cariñosa compañía, que valoro inmensamente! Pablo

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