sábado, 30 de abril de 2011

Un pequeño cuento con niños


Comparto dos versiones de un cuento, aparentemente distintos en la forma, sumamente similares en el fondo.
Versión uno
Juan era un hombre muy respetado en cuestiones espirituales. Todos en el pueblo acudían a pedir su opinión. También de otras ciudades requerían su presencia para dar charlas y cursos. Dedicaba muchas horas diarias a profundizar sus conocimientos, quedándose despierto hasta muy tarde en la noche para leer y aumentar su sabiduría.
Estaba casado y era padre de un bebé de pocos meses.
En cierta ocasión, un amigo de la familia se alojó en su casa. En la noche, cuando todos se fueron a dormir, Juan permaneció despierto en su cuarto de estudio, leyendo como de costumbre, hasta muy tarde.
A la mañana, durante el desayuno, su amigo le preguntó:
- Juan, ¿qué le ocurría a tu bebé anoche, que lloraba tanto? ¿Estaba con fiebre, cólicos, o alguna otra molestia?
- No lo sé, estaba estudiando y no lo escuché –respondió él.
- Pero lloraba mucho –insistió su amigo-. Casi una hora lo escuché. Incluso dudé en levantarme a ver si ocurría algo, pero me pareció inapropiado estando tu esposa y tu. Como al fin dejé de oírlo, supuse que ya todo estaría bien.
- No lo sé, como te dije, estaba estudiando y no lo escuché –volvió a contestar Juan.
Luego de unos minutos de silencio, su amigo le preguntó:
- Juan, si mientras estabas estudiando no pudiste oír a tu propio bebé llorar, ¿cuál es el propósito de tu estudio?
La historia no registra si Juan respondió o no.
Versión dos
Juan era un hombre muy ocupado con sus negocios. Cuando volvía a su casa, tarde en la noche, sus pequeños hijos ya estaban durmiendo. Por la mañana, él ya salía para sus ocupaciones antes de que ellos se levantaran.
Dedicaba sus fines de semana a planificar la semana próxima.
Cuando sus hijos le pedían jugar o querían contarle algo, él siempre les respondía que estaba muy ocupado, que ya habría tiempo para eso más adelante.
En cierta ocasión, tuvo un serio traspié en sus negocios, y temió perder todo lo que tenía. Luego de pasar todo el día buscando soluciones que no encontró, esa noche pasó horas rezándole a Dios, pidiéndole que lo socorriese en tal difícil situación.
- Padre, Padre, no me abandones, sálvame, yo sé que puedes hacerlo…
Estaba repitiendo por centésima vez su ruego cuando le pareció oír una voz que, dentro suyo, le decía:
- Querido Hijo… si tú nunca tienes oídos de padre para tus propios hijos, ¿por qué confías en que yo habría de tener oídos de padre para ti?
En esta historia, como en la anterior, tampoco se sabe qué ocurrió luego.
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Más allá de las apariencias que puedan distinguir a estas historias, y que uno pueda razonablemente sostener que, si existe una Fuente, ella habrá de tener la grandeza de conceder incluso sin siquiera tener que pedir perdón, hay un hilo en común que pasa por cuán a menudo estamos tan concentrados en lo que creemos que es la “misión” de nuestras vidas, que desatendemos lo que realmente es esa “misión”.
Si el objeto al que nos consagramos sirve para alejarnos del prójimo, es muy probable que lo que estemos llevando a cabo sea alimentar a nuestro temeroso ego, y no realizar una misión personal.
Y quizás sea conveniente tener en cuenta que, los primeros prójimos, son quienes tenemos más próximos… nuestra familia, nuestros amigos, las personas con quienes trabajamos… es decir, en ese círculo en el que, precisamente, es donde cotidianamente encontramos las situaciones “ásperas”, que nos fastidian, nos incomodan, que queremos eludir. Es tal vez allí, en poder cambiar nuestro enfoque de tomar a esas personas y a esas situaciones como “condenas”, y verlas como “oportunidades” de manifestar nuestra mejor versión, donde quizás radique la tarea principal de nuestras jornadas. Es quizás en los pequeños detalles en donde radique nuestra gran obra.
Es real que tenemos ocupaciones, preferencias, obligaciones, urgencias… pero si todo ello termina haciendo desaparecer a las personas que nos rodean, quizás no sea tanto la realidad que se nos impone, sino cómo estamos eligiendo nosotros que sea nuestra realidad.
Por otra parte, y como se aprecia con total claridad en la segunda versión del relato, a menudo esperamos hallar en nuestra vida lo que previamente no hemos puesto de nuestra parte. Es como pretender cosechar sin antes haber sembrado. Quizás, antes de llegar a los momentos en que la urgencia nos apremia, sea saludable ir poblando nuestros días de pequeñas pero nutritivas semillas.

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5 comentarios:

  1. Vilma Angulo Lucena2 de mayo de 2011, 17:27

    Me encantaron los cuentos, gracias!!! es cierto no podemos esperar recoger aquello que no hemos sembrado, un abrazo.

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  2. Gracias querida Vilma por tu compañía!! Un enorme abrazo! Pablo

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  3. Vilma Angulo Lucena7 de mayo de 2011, 18:22

    Me encanda acompañarte!!! estaré por acá y en el Facebook mientras pueda es un placer poder leerte en cada uno de tus temas y reflecciones. Gracias,gracias, gracias.

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