jueves, 14 de abril de 2011

Resolver problemas o generar paisajes distintos


Cuando experimentamos una situación como un problema, buscamos soluciones rápidas, urgentes, mágicas, para resolverla. Da igual que se trate de una relación insatisfactoria con otra persona, escasez de dinero, una enfermedad, etc.
Por supuesto, buscamos esas soluciones cuando los problemas ya están generados y, aún más, cuando el agua nos llega al cuello. De allí nuestra urgencia.
Como nos desentendemos, por lo común, de nuestra responsabilidad en la situación que experimentamos, y creemos que ella “nos ocurre”, no somos conscientes que no hemos llegado a ese punto de improviso, sino como fruto de un proceso que ha requerido el transcurso de cierto tiempo.
Del mismo modo, cuando nos hacemos cargo de nuestra responsabilidad, superar los problemas, por lógica simetría, tampoco suele ser instantáneo. Ocurre que, en la mayoría de los casos, seguimos sin hacernos responsables, y sólo nos interesa que el problema desaparezca. Y del modo más rápido posible. Con lo cual no avanzamos en su solución, no crecemos personalmente y, con frecuencia, agravamos el conflicto en el que nos hallamos.
Si nos reconociésemos como responsables de la creación de la mayor parte de nuestra vida, exceptuando aquellos aspectos que caen en la dimensión del “misterio” (aquello para lo cual no tenemos respuesta) o de lo “colectivo” (lo que co-creamos en cuanto miembros de comunidades, donde no creamos directa e inmediatamente sino a través de la mediación del conjunto), no nos generaríamos la inmensa mayoría de las dificultades con las cuales tropezamos. Pues seríamos conscientes tanto de nuestra libertad de elegir, como del contenido con que nutrimos a cada elección.
La mayoría de los problemas que nos creamos pasa por el hecho de que no vivimos, sino que sobrevivimos. Vivimos cuando experimentamos amor, cuando lo damos, a nosotros mismos y, desde allí, a otros. Si pudiésemos realizar ese único enunciado, sería un programa de vida más que suficiente para no requerir nada más. Es la enseñanza espiritual, y a la vez práctica (y la verdadera espiritualidad es esencialmente práctica, pues somos seres espirituales viviendo en una experiencia de manifestación física y junto con otros seres), más grandiosa que se haya formulado jamás: ama a tu prójimo como a ti mismo.
Ocurre que, como nos amamos mal (no nos amamos, en realidad), la misma calidad se hace presente en lo que creamos.
Si sentimos, pensamos, decimos y hacemos desde el amor, nuestra creación es amor. Si el amor es el sentido que nos guía, estamos tan plenos que no tenemos espacio para todo aquello con lo que nos atiborramos a diario: miedos, enojos, falta de confianza, dudas, escepticismo, relaciones insatisfactorias, separación, rencor, envidia, impotencia, críticas, reproches… son infinitas máscaras que disimulan una única cuestión básica: falta de amor.
Cuando amamos, ponemos todo nuestro ser en expresar ese amor. Y el ser, no puede no ser. No es un juego de palabras, sino una evidencia. Cuando comprometemos nuestra propia existencia en la creación consciente, no podemos crear algo distinto a lo que somos. Un perro no engendra ciervos, ni una piedra produce tortugas.
Si en nuestro televisor aparece una emisora de radio, o cuando vamos al cine a ver “Lo que el viento se llevó” proyectan “Matrix”, es porque media algún tipo de falla, ya sea una interferencia técnica o un error del operador humano. Con la creación espiritual sucede algo similar. Nos movemos en ciertas sintonías, en determinadas frecuencias vibratorias. Podemos saberlo o no, podemos creerlo o no, pero funciona de ese modo. Claro que, si no lo creemos, y si no lo sabemos, lo que creamos es acorde a ese no creer y no saber.
Cuando nos centremos en crear desde el amor, no desaparecerán por completo el dolor, los problemas, las pérdidas, porque nuestra experiencia física no sería completa sin esos aspectos, y es irreal pretender que así sea. Pero sí reduciremos al mínimo las malezas que nosotros mismos hacemos crecer en nuestro jardín personal.
Podemos, como siempre, ser conscientes de lo que elegimos. Y podemos elegir seguir corriendo detrás de los problemas, tarde e insatisfactoriamente, o podemos elegir ser conscientes mucho tiempo antes, y crear paisajes distintos.

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4 comentarios:

  1. Hola Pablo, muy interesante... creo que esto funcionaria si todos estuvieramos creando un jardin interior sin malezas. Porque de que vale, que uno tenga un jardin espectacular, si da lo que tiene y recibe desamor?

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  2. Completamente de acuerdo Pablo!!!! En nuestra vida nos llegan situaciones que nos hacen sertir miedo,enojo duda impotencia criticamos y reprochamos. Pero está en nosotros estar concientes de nuestra reacciónque debe ser absolutamente guiada bajo el AMOR. Serenidad es la clave. Un abrazo desde Venezuela

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  3. Hola anónimo, gracias por tu visita y el comentario! Muy interesantes tus palabras, me generan algunas reflexiones para empezar:
    a)Es conveniente decidir nuestras acciones en función de lo que está a nuestro alcance, que es nuestra conducta (lo que no equivale a negar el que tengamos en cuenta las consecuencias de nuestras acciones hacia otros), porque la conducta ajena no depende de nosotros.
    b) Esperar a que "todos"actúen de cierto modo, quizás sea esperar que se den ciertas condiciones perfectas que rara vez ocurren en la realidad. Uno desde su accionar puede generar el cambio y no esperar a que otros den el primer paso antes.
    c) Si uno da incondicionalmente, ya se gratifica en el acto de dar, independientemente de lo que ocurre después. Cuando uno da esperando, suele ser un intercambio que acaba mal. Cuando se da incondicionalmente, a menudo ocurren maravillosas sorpresas que ni hubiésemos imaginado.
    Te agradezco nuevamente el comentario! pablo

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  4. Hola querida Vilma! Qué enorme alegría ver tus palabras aquí...Como de costumbre, tus palabras están llenas de sabiduría, serenidad para saber frenar, y amor para guiar cuando reanudamos el paso. Muchas gracias! pablo

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