miércoles, 8 de junio de 2011

Manifestar lo nuevo (Parte I)


“Para lograr algo que nunca antes lograste, tendrás
que ser alguien que nunca antes hayas sido”
(Les Brown)

En alguna ocasión hablamos sobre el tema de los logros[1]. A grandes rasgos, señalábamos que podíamos enfocarlo como algo externo que necesitábamos tener para sentirnos completos, o bien como manifestación exterior de la completitud que ya experimentábamos. Básicamente, la distinción deriva de la respuesta quedemos a estas dos preguntas: ¿por qué aspiramos a ese logro? y ¿cómo creemos que lo obtendremos?
Creernos incompletos
Cuando buscamos el logro como aquello que vendrá a completarnos, nos conducimos a partir de unas ciertas creencias: qué es lo que nos falta, cómo lo obtendremos, qué nos aportará eso que nos falta.
Ejemplos:
a) Nos hace falta dinero, que obtendremos trabajando doce horas diarias, y ese dinero nos aportará seguridad material;
b) Nos hace falta un auto, que obtendremos con dinero, y ese auto nos dará comodidad en el desplazamiento, o status social, etc.;
c) Nos hace falta una pareja, que obtendremos frecuentando ciertos lugares, o actuando de determinadas formas, y esa pareja nos dará amor, compañía, contención emocional, etc.;
d) Nos hace falta un título académico, que obtendremos estudiando, y ese título nos permitirá cumplir una tradición familiar, o acceder a cierto trabajo, o sentirnos gratificados, etc.;
e) Nos hace falta cambiar de ciudad de residencia, lo que lograremos obteniendo una beca para ir a estudiar allí, o un trabajo, y esa mudanza nos permitirá dejar atrás ciertos problemas que asociamos con el lugar en el cual vivimos actualmente.
En este orden de ideas, es interesante advertir algunas cuestiones:
1.- A menudo ponemos el énfasis en el “objetivo”, que es lo que sentimos que nos falta, sin tener claro el “propósito”, que es el “para qué” del objetivo, qué lo que éste nos aportará[2]. Con lo cual suele ocurrir que, al obtener el objetivo, seguimos experimentando una sensación de vacío, que algo nos falta. Así es como nos preguntamos: ¿para esto luchamos?, ¿realmente valía la pena?, ¿y ahora qué? Si a esto le agregamos que, desde que suele pasársenos por alto el “propósito” de lo que perseguimos, aún mucho menos somos conscientes de la noción de “sentido” global en nuestra vida, y así es muy probable que nos movamos como  el caballo que hace girar la noria, reiterando estereotipos de manera automática, porque es a lo que estamos habituados, o creemos que es lo que hay que hacer.
2,- También con frecuencia, nos encasillamos en que para lograr un objetivo, sólo existe un “cómo”, un camino para obtenerlo. Con lo cual adoptamos una “visión de túnel”[3] que nos cierra la perspectiva de que puedan existir otras posibilidades de llegar al logro, y el camino se vuelve una lucha más que un proceso de disfrute.
3.- Generamos expectativas que, a su vez, nos generan ansiedad, y la combinación de aquellas con estas suelen desembocar en decepciones, ya sea porque no obtenemos el logro o porque, una vez obtenido, advertimos que no nos “llena”.
4.- Condicionamos nuestras experiencias temporalmente de tres maneras:
     a) Nos proyectamos al futuro, creyendo que en él experimentaremos lo que deseamos, cuando obtengamos el logro.
     b) Pero esa proyección la hacemos desde nuestro pasado, en función del cual determinamos qué es lo que queremos lograr, y cómo lo lograremos.
c) Y, en ese ir y venir entre el pasado y el futuro, nos desconectamos del presente, que es el único momento en el cual estamos realmente. El presente lo vivimos como un medicamento desagradable que debemos beber apurados, para pasar a un estado saludable futuro.
5.- Llevamos a cabo otro condicionamiento temporal aún más determinante, y del cual tampoco solemos ser conscientes. No sólo operamos desde nuestro pasado en cuanto a qué queremos lograr y cómo lo obtendremos, sino también en cuanto a cuál es el “hueco” que tenemos que llenar. Eso, que aparentemente depositamos en el futuro, en realidad lo construimos en función de nuestras creencias, las cuales están modeladas en nuestro pasado. Y esta quizás sea la clave de por qué, cuando llegamos a ese futuro soñado, a ese logro anhelado, seguimos experimentando vacío. Porque, sin darnos cuenta, hemos creído que nos movíamos hacia el futuro pero lo hicimos dando los pasos que aprendimos en nuestro pasado. Y, así, si bien el tiempo transcurre, el lugar existencial al que arribamos es casi el mismo desde el cual partimos: la sensación original de carencia, de que nos falta algo externo que venga a completarnos. Cuando comenzamos a ir de este modo hacia el logro del dinero, del auto, de la pareja, del título, de la nueva ciudad donde vivir, ya tenemos en mente la secuencia concreta de lo que buscamos, y como el motor impulsor es la incompletitud inicial, es muy difícil que arribemos a algo diferente. Si sentimos que nos falta amor, e imaginamos cómo será sentirlo en el futuro, esa imaginación la construimos desde nuestra creencia original de que nos falta amor y que una pareja determinada nos lo proporcionará, creencia que hemos formado en nuestro pasado. Así, paradójicamente, creemos que vamos hacia el futuro cuando nunca salimos del pasado. Con lo cual, y ya no paradójicamente, reiteramos experiencias, continuamos sintiéndonos vacíos, etc.
(Fin de la Parte I - En la Parte II, veremos qué sucede cuando nos enfocamos en lo que queremos manifestar, sintiéndonos seres ya completos)

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2 comentarios:

  1. Vilma Angulo Lucena13 de junio de 2011, 22:04

    Gracias Pablo, como siempre, exelente!!! en tu compañia es más sencillo ver el camino por donde vamos!!!! Abrazos!!!

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  2. Gracias Vilma, agradezco y me honra que aceptes mi compañía, pero la luz que ilumina ese camino, y la mirada con que lo ves, son ambas tuyas :D

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