viernes, 7 de enero de 2011

Un pequeño cuento oriental

(*)

El ciego y la luz (cuento oriental)

Hace cientos de años, en un pueblo de Oriente. En una oscura noche sin luna, un hombre camina por las calles. Lleva en sus manos una lámpara de aceite encendida.
En cierto momento, se cruza con otra persona. Ésta, al verlo, reconoce en él a Guno, el ciego del pueblo, y le habla:
- ¿Qué haces, Guno, tú que eres ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves.
Guno le responde:
- Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de estas calles de memoria. Llevo la luz para que otros hallen su camino cuando me vean a mí.

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Creo que todos, absolutamente todos nosotros, somos faros. Unos faros que a veces somos conscientes e irradiamos luz, y otras nos apagamos y dejamos en la oscuridad todo a nuestro alrededor. A veces vamos más allá y, además de oscuros, es como si nos montásemos un equipo de fumigación y esparciésemos sustancias tóxicas. A veces, apagados, tampoco logramos reconocer la luz que nos brindan otros faros que aparecen en nuestros caminos.

Faros, lámparas de aceite como en este cuento, fueguitos como en el de Galeano que compartimos hace poco … luz por todas partes, esperando ser descubierta, aguardando ser puesta en obra.

Siento palabras que se despiertan en mí ante la contemplación de esta luminosidad. Las enumero, aunque no implica un orden de prioridades; aún más, creo que van juntas, al mismo tiempo.

Elección consciente, la primera. Poner el propio ser en la elección de emanar la luz que poseemos. Para nosotros. Para los otros. Que nadie naufrague cerca nuestro porque nos dormimos, nos olvidamos, nos apagamos o dejamos de ser quienes podemos elegir ser. Que no naufraguemos nosotros mismos. Poner, también, el propio ser en el reconocimiento de la luz que surge de los demás. Actuar nuestro ser por medio de la atención y la intención.

Responsabilidad, la segunda. Si tenemos la posibilidad de ser una expresión bella, creativa, amorosa, asumamos la tarea de volverla realidad. Si tenemos el don de aportar luz (y todos lo tenemos), elijamos hacerlo. Si tenemos personas que en ciertos aspectos dependen de nosotros por nuestra decisión, como ocurre con los hijos pequeños, hagámonos cargo de nuestra misión de faros con respecto a ellos.

Gratitud, la tercera. Por la fuente de la que brota la luz, cualquiera sea su nombre. Por nuestra propia luminosidad. Por todos los que iluminan nuestros caminos, sea por el tiempo que sea, a través de años o en encuentros “casuales”.

Humildad, la cuarta. Poder irradiar luz a otros no significa convertirnos en predicadores que vamos pretendiendo “convencer” a cuantos nos cruzamos en el camino. Simplemente brillamos; otros ven o no nuestra luz, su ruta, eligen y deciden. Ser luz para alguien más, en cierto momento, tampoco significa desconocer que ese alguien tiene su propia luminosidad, igual y a la vez diferente a la nuestra, y que en otro momento pueden invertirse los roles. De hecho, todo el tiempo estamos interactuando de ese modo respecto a unos y otros.

Amor, la quinta. Como sostiene Erich FROMM, el amor entendido como actividad, como un “estar continuado”, como un dar a través del cual expresamos nuestra potencia[1]. Damos luz cuando nos sentimos desbordantes de ella, y nuestro ser se expande en cuanto se derrama. “Dar implica hacer de la otra persona un dador”, sostiene FROMM, y por eso cuando damos recibimos. Son otras palabras para reflejar, también, lo que expresa la ley de atracción en cuanto recibimos lo que damos, atraemos lo semejante a lo que emitimos.

Libertad, la sexta. A la manera en que la concibe Viktor FRANKL, siempre poseemos libertad espiritual respecto a la conducta y a la reacción ante un entorno dado; siempre, por duras que puedan ser las condiciones “externas”, nos queda “la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir[2] nuestro camino. Siempre podemos elegir ser faros de luz. Siempre, también, podemos elegir abrir nuestros ojos para ver la luz de los demás. El propio FRANKL, un poco más adelante en la misma obra citada, da una bonita y a mi juicio certera caracterización: “¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”[3].

Ojalá cada día tomemos decisiones que aumenten más y más el brillo de nuestras vidas.
[1] Ver su “El arte de amar”, especialmente capítulos II (“La teoría del amor”) y VI (“La práctica del amor”).
[2] Victor FRANKL, “El hombre en busca de sentido”, Editorial Herder, Barcelona, España, 12ª. Edición, 1991, p. 71, cursiva en el original.
[3] Ídem anterior, p. 91, destacado en el original.

4 comentarios:

  1. Ola pablo primeramente quería agradecerte por tu aportación a mi blog, me alegra que te haya gustado y debo decirte que tu entrada está genial,un cuento estupendo y muy ejemplar...Al igual que tu blog también me ha gustado mucho así que tienes a una nueva seguidora...
    Un saludo, que tengas una buena semana.
    Bruni**

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  2. Gracias Bruni! Una alegría tu visita y que te haya gustado el lugar. Cariños. Pablo

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  3. Pablo acabas de ganar una nueva fan me encantan los cuentos y la gente llena de vida y sobretodo aquella que se muestra como es...gracias por compartir

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  4. Muchas gracias por tu visita, por el comentario y lo que expresas a través de él, Ángela! Siempre bienvenida, cuando quieras. Pablo

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