viernes, 2 de septiembre de 2011

Otro pequeño cuento sobre Ikkyu

Un alumno se presentó ante el gran Maestro Ikkyu para preguntarle:
- Maestro, ¿tendrías la bondad de escribirme algunas máximas sobre la más alta sabiduría?
El maestro escribió entonces en un papel: “¡Atención!”
El alumno, un tanto sorprendido, preguntó:
 - ¿Esto es todo? ¿No vas a escribir algo más?
 El maestro, ante la insistencia del alumno, cogió de nuevo el papel y añadió dos palabras más: “Atención. Atención”.
El discípulo, aún más turbado, dijo:
- En verdad, no veo gran profundidad, sabiduría ni agudeza en lo que acabas de escribir.
Ikkyu volvió a coger el papel y añadió tres palabras más: “Atención. Atención. Atención”.
El alumno comenzó a inquietarse y preguntó:
- ¿Al menos me puedes decir qué significa la palabra atención?
El maestro cogió el papel y añadió tres palabras más: “Atención significa atención”.
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La atención es más un instrumento que un contenido y, sin embargo, como narra este relato, brinda una excelente pauta respecto a la más alta sabiduría.
La atención es el foco mediante el cual dirigimos nuestra conciencia y, allí donde nos enfocamos, es que nos hacemos presentes, así como respecto a lo que no centramos nuestra atención, nos mantenemos ausentes.
¿Hacia dónde enfocamos nuestra atención? ¿Desde dónde lo hacemos? ¿Y en qué grado? Detenernos a considerar estas tres preguntas, y las respuestas que a ellas demos, nos darán un panorama bastante fiel en cuanto a en qué lugar existencial estamos viviendo.
¿Prestamos atención al sentido de nuestra vida, nos centramos en metas o, directamente, vamos a la deriva respondiendo a los estímulos externos que, día tras día, momento tras momento, se nos aparecen?
¿Centramos nuestra atención en nuestra posibilidad de ser causa en nuestra vida, o atendemos a causas respecto a las cuales nos comportamos como efectos?
¿Estamos atentos a la facultad de elegir que continuamente poseemos, o nos distraemos dejándonos arrastrar por nuestras reacciones automáticas?
¿Dirigimos el haz de luz de nuestra conciencia desde lo profundo de nuestro ser, o nos conectamos con nuestra vida desde la pura intelectualidad, o desde la creencia en lo que “deberíamos” hacer (o decir, pensar, sentir…)?
¿Decidimos estar integralmente presentes, o apenas aportamos nuestro cuerpo, o nuestro intelecto, o nuestra emoción, mientras el resto de nosotros se halla ausente?
¿Qué tanto nos comprometemos en nuestra presencia en el momento que vivimos? ¿Estamos presentes con todos nuestros sentidos, con todas nuestras facultades, con todo nuestro ser, o sólo con algunas facetas y, de estas, en intensidades variables?
Donde ponemos nuestra atención consciente es donde estamos plenamente vivos. Cuando la retiramos, o cuando no somos conscientes de que elegimos dónde depositarla, y la dispersamos de manera automática, en función de hábitos repetidos, simplemente desaprovechamos la oportunidad que cada momento presente nos regala de experimentar la vida en plenitud, y nos convertimos en sobrevivientes, en seres anestesiados, que en vez de comprometerse con la obra de nuestra vida, vemos transcurrir tiempo a través del cristal de una ventana, sin decidirnos a ir más allá de ésta.
Quizás sea una opción interesante atrevernos a ir más allá de esa ventana, prestando atención a cada maravilla que, cuando estamos presentes, podemos descubrir en nuestra existencia.

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2 comentarios:

  1. Cuanta ATENCIÓN requerimos en nuestra vida!!!
    Gracias, Pablo!

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  2. Es un "trabajo" continuo y de toda la vida, Vilma! Pero la recompensa es precisamente el vivir y no sólo perdurar. Gracias querida Vilma! Pablo

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