martes, 22 de febrero de 2011

¿Creemos o sabemos?


“El conocimiento sólo puede ser recibido de una manera,
 a través de la experiencia, no hay otra manera de saber”
Swami Vivekananda

¿Cuánto creemos y cuánto sabemos? O, para no plantearlo en términos cuantitativos, ¿qué creemos y qué sabemos? ¿Distinguimos entre creencia y saber, o nos da igual?
La creencia es lo que no se ha vivido. El saber es lo que sí se ha experimentado.
Esto no tiene que ver con la concepción positivista de la ciencia, que requiere la verificación empírica de cada fenómeno y, así, lo que no es mensurable, no puede revestir carácter científico.
Tampoco es necesario descartar todo lo que no se ha vivido personalmente, pues es posible que una de las ventajas de vivir en sociedad sea aprovechar las experiencias ajenas, abreviando así tiempos de aprendizaje y evitando vivencias indeseadas. No necesitamos experimentar personalmente qué ocurre si introducimos nuestros dedos en un enchufe o nuestra cabeza en un horno con el gas abierto, o si conducimos un auto a 150 kilómetros por hora en una calle céntrica. Existe al respecto bastante conocimiento acumulado para aprovecharnos de él y no poner en riesgo ni nuestra propia existencia ni la de otros.
Pero hay vastísimos campos en los que, si no transitamos la experiencia personal, nos quedamos en el ámbito del “me parece”. Y, en realidad, lo que nos parece no siempre es y, por otra parte, lo que nos parece de un modo, bien puede ser también de otro diferente. “Me parece” que puedo conducir un auto, no es lo mismo que saber hacerlo. “Me parece” que el hombre es superior a la mujer, es tan posible como que sea a la inversa, o que seamos iguales. El “me parece” es, al fin, una “opinión”.

La opinión
¿Qué nos ayuda a crecer? ¿El conocimiento o la opinión?
Si te fracturas una pierna, ¿vas al traumatólogo o le pides opinión a tu vecino? Si quieres solucionar un cortocircuito en la instalación eléctrica de tu casa, ¿recurres a un electricista o a la opinión del panadero? En las cuestiones “técnicas” tenemos tendencia más clara a desechar la mera opinión para respaldarnos en el conocimiento (y no siempre, por ejemplo allí están los porcentajes elevadísimos de automedicación, los asfixiados por conexiones de gas caseras, los ahogados por arrojarse a un río sin saber nadar, etc.).
Pero en las cuestiones sociales, y mucho más en las de la vida cotidiana, los “opinólogos” tienen amplia cabida, y alternativamente somos uno de ellos o les prestamos oídos. Creemos y repartimos creencias. Entonces, cuando empezamos a considerar si iniciar seriamente una dieta, viene nuestro primo que pesa 160 kilos y se come dos docenas de empanadas por día, nos dice “es muy difícil adelgazar”, y nos gana el pesimismo y dejamos de lado nuestro proyecto. O pensamos en cambiar nuestro trabajo rutinario por una actividad que nos entusiasme, y viene nuestro vecino que, desde sus 40 años de empleo público poniendo sellos de “archívese”, nos dice “noooo!, quédate con lo seguro”, y así resolvemos seguir en lo de siempre. La opinión en sí no es mala, es la expresión de un punto de vista. Lo malo es que nos quedemos con el punto de vista que se enfoca siempre en la limitación, en lo que no se puede, en lo frustrante. Lo adoptamos como verdad absoluta, y creemos en ella.
¿No sería conveniente, también, acudir a la experiencia de quien logró aquello que nos interesa lograr? Si queremos publicar un libro, ¿nos quedamos con la rebeldía del poeta incomprendido que no logre que lo lea ni siquiera su madre, o miramos hacia quien editó al menos un libro? Si queremos bajar de peso, ¿nos quedamos con la versión de nuestro primo adicto a las empanadas, o buscamos a quienes sí pudieron hacerlo?     Si queremos progresar laboralmente, ¿nos atenemos a los consejos del eterno empleado, o prestamos atención a quien logró ir más allá de ciertos límites? Si queremos una relación de pareja satisfactoria, ¿nos detenemos en la letanía de quien está tramitando su quinto divorcio, o buscamos las claves de quien disfruta de un vínculo saludable?
Recordemos que, adonde nos enfocamos, fluye nuestra atención, y aquello hacia donde ésta va, crece. Podemos elegir frenarnos ante la primera valla, o podemos mirar a quienes las superan y, luego, hacer la propia experiencia.

La duda y la certeza
Cuando creemos, cuando nos “parece”, tenemos en el fondo algún tipo de duda al respecto. Y, a la primera dificultad, esa duda aflorará y tirará por la borda nuestra creencia.
Si sólo creemos en un Dios proveedor, cuando nos despidan del empleo, renegaremos de ese Dios y le reprocharemos por qué ha sido injusto con nosotros. Si sólo creemos que fulanit@ es nuestra pareja ideal, cuando empiece a plantearnos que nos ama pero que nuestros hijos son nuestros y no de ambos, nos decepcionaremos y diremos que todos los hombres (o mujeres) son iguales.
Cuando sabemos, tenemos una certeza que va más allá de toda duda. Cuando sabemos que también en lo laboral nuestro ser aspira a manifestarse en toda su potencialidad, el despido puede ser el cachetazo que nos decida a hacer lo diferente. Cuando sabemos que estamos en una relación de pareja de crecimiento, asumimos que incluye atravesar dificultades, y no simplemente renunciar ante ellas. Cuando sabemos que cada uno es responsable de su propia vida, no hay espacio para la decepción, porque cada quien es como es, y no como otro lo imagina.

La vacilación y la seguridad
Cuando creemos, con la duda instalada en lo profundo, vacilamos, somos erráticos. Creo que me quieres, pero en realidad, cuando te vas de viaje por una semana… Creo que puedo tener un trabajo mejor que el que tengo, pero en realidad, con lo difícil que está conseguir un empleo… Creo que puedo bajar de peso, pero en realidad, esos postres son tan tentadores…
Cuando creemos, vamos en una dirección, pero en algún momento la duda nos hará una zancadilla, y es muy posible que cambiemos de rumbo, o nos quedemos donde estamos. Y cuando seguimos caminos erráticos, hoy en una dirección pero dentro de dos semanas en la opuesta, lo más probable es que acabemos llegando a cualquier parte, o a ninguna.
Cuando sabemos, vamos en el sentido que nos indica nuestra certeza, que es nuestra brújula y, aunque experimentemos dificultades, si ese es el rumbo que sabemos nuestro, tendremos el norte claro. Nunca hay garantías en cuanto a resultados en la vida, pero sí respecto a los procesos, a cómo decidimos dar nuestros pasos. Podemos variar la trayectoria si experimentamos que eso es lo que requiere el momento que atravesamos, pero no será a causa de la primera brisa que se nos cruce. La persistencia en el rumbo de nuestros pasos, si bien sin garantías, acarrea una muy alta probabilidad de arribar adonde nos propusimos, o a un destino aún más satisfactorio.

El miedo y la fe
“El miedo llamo a la puerta. La fe abrió. No había nadie fuera”
(Proverbio chino)

Cuando creemos, con dudas y vacilaciones, desembocamos en la fe negativa, que es el miedo.
El miedo puede ser de muchas clases, y existen miedos en cierta medida saludables, cuando funcionan como llamados de atención ante amenazas reales, y que nos movilizan a adoptar actitudes adecuadas a ellas.
Pero el miedo engendrado por las creencias, suele ser de la misma clase que estas, es decir, no respaldado por la experiencia, sino más bien imaginado. Si somos docentes y tenemos que dar una clase, podemos tener miedo porque no estamos lo bastante preparados para desarrollar el tema (miedo con base real, ante el cual procederemos a profundizar nuestros conocimientos), o porque creemos que el auditorio nos será hostil y se burlará de nosotros (miedo imaginario). Si estamos en una relación de pareja, podemos temer al abandono o a la infidelidad. En un trabajo, podemos tener miedo a quedarnos sin empleo o a que promocionen a todos menos a nosotros. Con nuestros padres, podemos temer que dejen de aprobarnos si no seguimos sus creencias sobre la vida. En una fiesta, podemos tener miedo a quedar aislados porque nadie desee nuestra compañía.
El problema con este tipo de miedos es que, a diferencia de los reales, en los que podemos echar mano a un recurso concreto ante él, ante ellos no hay recurso que sirva, porque no tienen entidad real. Si nuestro miedo se basa en que el auditorio es hostil, nuestra imaginación sigue un curso que no tiene que ver con qué tanto conozcamos el tema o sepamos exponerlo. Si nuestro miedo se apoya en que nuestra pareja nos abandone, nuestra imaginación no tiene tanto que ver con lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer, sino con la conducta del otro. Entonces, allí, la clave no pasa tanto por incrementar nuestros recursos en el sentido de lo que imaginamos, sino apuntar a la base del escenario que imaginamos, y así poder llegar a ver que, en realidad, lo que imaginamos tanto puede llegar a ser así como de otro modo distinto. Y, a menudo, los escenarios reales no alcanzan nunca a ser tan catastróficos como los imaginamos.
Cuando sabemos y experimentamos certeza y seguridad, tenemos fe positiva. Es saber que, independientemente de los resultados y de las dificultades, el rumbo que seguimos es el que decidimos experimentar para el crecimiento de nuestro ser. Que otros podrán aprobarlo o no, pero eso nos es ajeno, porque sólo somos responsables por nosotros mismos.
Cuando sabemos quiénes somos, y nos resolvemos a expresarlo, lo más probable es que las manifestaciones sean acordes. Cuando sabemos conducir un auto, encendemos el motor, movemos el volante, hacemos los cambios de marcha, aceleramos y frenamos cuando es adecuado, y lo más probable es que arribemos sanos y salvos adonde decidimos ir. Conducir es un ejercicio de fe positiva.
Si podemos experimentar fe positiva para algo vitalmente intrascendente como manejar un vehículo (pues existen los ómnibus, los taxis, alguien dispuesto a llevarnos, podemos caminar o ir en bicicleta, etc.), ¿no valdrá la pena que generemos la misma clase de fe en la conducción de nuestra propia vida?

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7 comentarios:

  1. Pienso que se puede saber y creer al mismo tiempo, como en Dios, por ejemplo yo siento algo especial cuando estoy cerca de Dios y creo que es El, y esa creencia me proporciona a la vez el saber de que sí existe.

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  2. Hola Daniela, muchas gracis por tu comentario, es muy estimulante y movilizador. Ante todo, es muy posible que se trate de una cuestión más bien de términos que de fondo la diferencia entre lo que ambos sostenemos. Pues creo que lo que das como ejemplo, es precisamente una experiencia, pues hablas de "cuando estoy cerca de Dios". No me parece que creencia y saber sean opuestos, sino que la creencia es una etapa anterior al saber; una creencia puede convertirse en saber, o puede ser descartada antes de llegar a ese estadio, o la podemos mantener como simple creencia sin ponerla a prueba en tda nuestra vida. El saber supera, trasciende a la crencia, la absorbe. Cuando aprendemos a conducir un auto sabemos, ya no se trata sólo de creencia. Ahí podemos saber conducir y creer que lo hacemos bien o mal, pero ya no es lo mismo, pues el objeto del saber es conducir, y el objeto de la creencia es la calidad de cómo conducimos. De todos modos, te confieso que, en lo personal, soy un enamorado de la frase socrática que dice "sólo sé que no sé nada", en cuanto la humilde asunción de los propios límites y de mi ignorancia es un motor que impulsa a buscar siempre, a la vez que la aceptación de que lo que único tiene por saber, puede ser un punto de vista para otro. El saber es, desde que deriva de lo que se vive, en gran medida una certeza personal. Y por eso también me gusta asumir el no saber, dejar a un lado la creencia, y seguir buscando. Un verdadero placer tu reflexión, Daniela! Cariños, Pablo

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  3. Hola Pablo:
    Felicitaciones por tu artículo, es excelente!
    A mí también me gusta mucho Sócrates cuando dice : "Solo sé que nada sé" .... es tan profundo y cierto si realmente nos ponemos a pensar en ello!
    Como siempre, es un gusto visitar tu Blog :)
    Un abrazo

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  4. Hola gracias es hermoso compartir las paginas de Facebook , la semilla que podemos regar con nuestras experiencias y la sabiduria de los que comparten sus hermosos consejos son el camino para aprender de que en la vida siempre podemos ser mejores cada dia es propia la decision de cada uno estamos en el libre albeldrio pero tomamos el mejor camino cuando no lastimamos ni herimos en sus sentimientos a las personas a todo y a todos nuestra responsabilidad es cuidar de cada uno de nosotros y de los demas seres humanos y de todo el universo la armonia empieza en mi interior y mi amor a Dios es ahi cuando se pierde el miedo y amamos a todos es verdaderamente sencillo hacer algo que brinde felicidad y nos de mas felecidad de haber compartido . Gracias .

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  5. Muchas gracias por tu visita y por tu bella reflexión, Martha, es siempre un honor compartir tus palabras. Me alegro que te haya gustado y coincido en lo que destacas, la frase socrática no es sólo un gesto de humildad realista, sino un motor que impulsa a buscar el conocimiento. Cariños! Pablo

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  6. Gracias "Anónimo" por tu comentario. Celebro tu paso por aquí y que te resulte valioso. Coincido en lo que dices,podemos decidir recorrer una senda de crecimiento que sea beneficiosa para nosotros y para los demás. Pablo

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  7. gracias... pero no me sirve de muchooooo :/

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