lunes, 7 de febrero de 2011

Una perspectiva de la coexistencia

(*)


Ser con otros
Vivimos en un mundo de manifestación física junto con muchos otros. Somos individuos en cuanto cada uno vive su propia vida, lo que nos confiere una unicidad irrepetible. Pero vivimos nuestra vida “con” otros, de manera que aquella unicidad se expresa en comunidad.
Podemos creer que cada uno es expresión de una inteligencia suprema. O podemos creer que somos reuniones más o menos azarosas de átomos, sin explicación trascendente alguna. Y hay una amplia variedad de posibilidades intermedias entre ambos extremos.


En ocasiones, los fundamentos a los cuales decidimos adherir para abordar esa cuestión de ser con otros, no refuerzan la noción de comunidad, sino que erigen exclusiones. Puede ser una tendencia espiritual, una creencia religiosa, un concepto político, una perspectiva económica, una corriente sociológica … cualquier ámbito del hacer humano puede ser entendido como un criterio de división: yo tengo esta posición y puedo unirme a quienes coinciden conmigo, pero no hay puentes posibles con quienes no lo hacen.
En lo personal, creo que puede concebirse un fundamento para la coexistencia que, trascendiendo la pequeña órbita de una cierta manifestación particular (más allá del ámbito de mi familia, de mi barrio, de mi partido político, de mi religión, etc.), y reconociendo la dimensión misteriosa de lo absoluto (en cuanto a su respecto no podemos afirmar con certeza nada que sea indudable para todos) o aún negándola, pueda ser no sólo aceptable, sino imprescindible.
En este sentido, me gusta concebir a nuestro planeta como una nave. Aunque desconozcamos nuestro puerto de partida, aunque ignoremos nuestro punto de arribo, lo cierto es que estamos inmersos en la travesía. Aunque no sepamos si nosotros somos parte integrante de la estructura de la nave (pues en realidad no conocemos a qué grado nuestras vidas están entretejidas en la urdimbre del planeta, mucho menos del universo), al menos sí somos sus pasajeros. Todos quienes poblamos la Tierra, estamos aquí, en este momento. Hubo pasajeros anteriores a nosotros (todas las generaciones pretéritas), suponemos que los habrá posteriores (salvo que nos toque el oscuro privilegio de ser los protagonistas de un acto final respecto al cual nada sabemos, ni siquiera si lo habrá).
Esto es, al fin, que estamos en una nave que navega en la temporalidad, aún cuando tampoco sepamos demasiado sobre este último aspecto, más allá de la precariedad de la división tripartita con que solemos caracterizarlo (pasado, presente y futuro).

Algunas hipótesis
Si estamos todos, ahora, a bordo de esta nave, en este orden de ideas es posible formular algunas hipótesis:
- Para que esto sea así en el presente, y continúe siendo en el futuro, es elemental preservar la nave. Si somos un eslabón entre el pasado y el futuro, de una cadena acerca de la cual lo desconocemos casi todo, carecemos de señorío para cancelar el futuro, pero también para cancelar sectores de la contemporaneidad.
- Para que esto sea así en el presente, y continúe siendo en el futuro, es elemental preservar todo cuanto se halla a bordo (o forma parte) de nuestra nave. Porque desconocemos nuestros títulos para estar aquí y ahora, carecemos de señorío para negar a otros esa misma posibilidad existencial. Si lo evidente es que todos los contemporáneos “somos”, el argumento conduce a la coexistencia, no a la exclusión.
- Si no podemos disponer de nuestra nave en lo presente ni para lo futuro, sino a lo sumo administrarla para que sea y continúe siendo, ese principio protectivo no puede sino ser universal (para todos).
No soy universal si me ato a cualquier creencia (de la clase que sea) que excluya a algo, a alguien. Pero tampoco soy universal si no admito que también las perspectivas “partiales” tienen derecho a ser. Si el criterio rector es la preservación del todo, ese todo comprende a las partes que hacen a su composición, por lo que en ningún caso, por ninguna razón, ni siquiera por el principio de la mayoría, podrá convalidarse la supresión de cualquiera de aquellas. Al respecto, me parece de gran belleza una expresión que utiliza el jurista italiano Luigi FERRAJOLI, que se refiere a la “esfera de lo indecidible” (otros hombres del campo del Derecho emplean expresiones similares, por ejemplo Ernesto GARZÓN VALDÉS habla de “coto vedado” y Norberto BOBBIO habla de “territorio inviolable”, entre otros), para aludir a vínculos y límites que ni siquiera las mayorías pueden ignorar (dicho de manera simplificada).

Una consecuencia a considerar
De estas hipótesis surge una consecuencia importante: si debemos cuidar nuestra nave, y a todos los que vamos en ella, con un alcance universal, ese requisito no sólo se satisface de manera negativa (impidiendo los daños a la existencia), sino que también requiere acciones positivas, esto es, tendientes a que todo lo que es, sea plenamente a nivel de la existencia. Todo esto puede manifestarse de múltiples maneras, doy unos pocos ejemplos para expresarme claramente. Son límites negativos: impedir la contaminación del aire o de los cursos de agua, evitar la extinción de especies animales o el agotamiento de recursos minerales, erradicar las guerras y la tortura. Son acciones positivas: reforestar un bosque, crear áreas protegidas, fomentar el empleo de energías alternativas, crear condiciones de vida dignas para los seres humanos. Es cierto que los límites negativos, en cuanto de algún modo representan “luchar contra”, pueden de algún modo prolongar en el tiempo la ocurrencia de conductas que no deseamos (porque a todo lo que le ponemos atención, crece). Pero, mientras se genera la suficiente conciencia planetaria por vías positivas, hasta que se alcance esa “masa crítica” que haga posible una evolución al respecto, sería un exceso de ingenuidad, sino una negligencia fatal, desentenderse de la cuestión.
En el campo específico de los seres humanos, el aseguramiento de la coexistencia universal impone precisamente lo que esas palabras expresan: que todos podamos ser. El ser del humano es diferente al de los animales, de los vegetales, al menos en la medida en que requiere el ejercicio de una conciencia que se desenvuelve en el marco de la cultura (entendiendo por “cultura” todo lo que el humano realiza). De modo que no basta con asegurar la existencia en estado de naturaleza (en condiciones de “animalidad”, digámoslo claramente), sino que exige el plus de que permita manifestar esa conciencia en el contexto del acceso universal a los bienes culturales. Es así que la coexistencia humana impone garantizar ciertos mínimos en materias tales como salud, educación, subsistencia material, etc. Aquí, retomo aquella expresión ya mencionada de FERRAJOLI, pues la “esfera de lo indecidible” no sólo se refiere a aquello que ni siquiera las mayorías pueden decidir, sino también a lo que no se puede dejar de decidir, es decir, por ejemplo, todo el ámbito de los derechos sociales.

El individualismo
En este sentido, creo importante marcar una notoria diferencia respecto a enfoques que, desde cualquier abordaje, plantean una mirada más bien individualista. Esto es evidente por ejemplo en teorías económicas que plantean sin remordimiento alguno la subsistencia del exitoso materialmente, mientras por el camino quedan enormes masas, planteándolo casi como una “selección natural”. Pero también ocurre desde miradas “espirituales”, que plantean verbigracia que el alma elige encarnarse en la particular situación que le toca vivir, y que por ello debe respetarse esa elección, o que el estado de miseria presente es la expresión del “karma” de alguna existencia pasada.
Mi reflexión con respecto a planteos semejantes es la siguiente: no me consta nada de eso, y como hipótesis puede que sea así o no. Pero yo debo guiarme por el aquí y ahora que me evidencia a un ser que se halla en la existencia, que “es”, y para que él coexista, deben serle ofrecidas las condiciones mínimas que le permitan hacerlo. Si es el trabajo de su alma o la purificación de un karma persistir en condiciones infrahumanas, tendrá la posibilidad de elegir la continuidad en ellas. Pero quizás no sea nada de eso, sino al contrario, y su alma se expresará aprovechando las oportunidades que se le brinden. Pues, al fin y al cabo, también es plausible argumentar que esa alma vino a la existencia, en esas condiciones, para permitir a otras almas hacer algo en su favor. En la duda, siempre será preferible darle la chance de elegir.

La tolerancia
La coexistencia, al fin, implica la tolerancia. Ésta no es una buena expresión si con ella pretendemos representar que soportamos algo que es, reprimiendo nuestro deseo de que no sea. Pero sí lo es cuando significa la admisión activa de que otras biografías son tan valiosas como la nuestra. En nuestra vida podemos decidir, elegir, ir en una dirección u otra, pero en cuanto a las ajenas, la coexistencia nos impone un maravillado silencio.


(*) Imagen gratuita obtenida de http://www.fotosbuzz.com/coexistencia

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2 comentarios:

  1. ! que barbaridad !
    Dime... Que se puede decir a esto ? Eres tremendo ! ya lo dices tú todo.. Felicidades......... Me gusta leerte.

    El ser humano siempre está buscando respuestas a todo.
    Me gusta pensar que, somos un microcosmos de un macrocosmos... y que la creación humana no es nada más que una copia de la idea que ya existía en otro plano... y que somos una parte del grupo..... del Todo..
    Y me gusta pensar que ,yo soy una herramienta para la humanidad, para los planes del universo....

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  2. Gracias Charo! Me alegra que te guste leer lo que encuentras aquí.
    Creo, como vos, que somos parte de un todo, no en el sentido de engranajes de la maquinaria mecanicista newtoniana, sino que conectamos en una única esencia de la que todos participamos, le demos el nombre que le demos.
    Cariños, y hasta cada momento! Pablo

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