“Congreso Internacional del Miedo
Provisoriamente no cantaremos al amor,
que se refugió más debajo de los subterráneos.
Cantaremos al miedo, que esteriliza los abrazos,
no cantaremos al odio porque este no existe,
existe apenas el miedo, nuestro padre y nuestro compañero,
el miedo grande de los sertones, de los mares, de los desiertos,
el miedo de los soldados, el miedo de las madres, el miedo de las iglesias,
cantaremos al miedo de los dictadores, al miedo de los demócratas,
cantaremos al miedo a la muerte y al miedo de después de la muerte,
después moriremos de miedo
y sobre nuestras tumbas nacerán flores amarillas y medrosas”.
(Carlos DRUMMOND DE ANDRADE)
Miedo. El amo del mundo y de nuestras vidas.
Asoma el miedo cuando el amor se ha ido, cuando no está, cuando se escondió más abajo aún que los subterráneos.
Quizás ese sea el verdadero combate perpetuo, si es que existe alguno: entre el miedo y el amor.
Pero no. Corrijo. Reescribo. Es una idea falsa. El miedo goza cuando lo equiparamos al amor. El miedo, en presencia del amor, tiene tanta entidad real como la oscuridad, que con sólo prender una luz, desaparece.
Tampoco se trata de que porque tenemos miedo no amamos, sino más bien porque no amamos que puede aparecer aquél. Léelo de vuelta, por favor. Otra vez. Y otra. ¿Lo crees? No protestes, ponlo a prueba.
El miedo es, como dice el brasileño DRUMMOND DE ANDRADE (1902 – 1987), nuestro padre y compañero, e impregnando nuestras vidas, es padre de cuanto manifestamos en ella. Un padre como Saturno, que devora a sus propios hijos, un padre que esteriliza cuanto toca. Viviremos con miedo, moriremos de miedo y, aún después, las flores sobre nuestra tumba serán medrosas. ¿Cómo crees que son los frutos que producimos, en vida, regidos por el miedo?
Y es un padre tan padre (claro que a su manera) que, por medio nuestro, genera también una serie de fenómenos destructivos en cuyos laberintos perdemos nuestra vida: el odio, la ira, la envidia, el rencor, el egoísmo, el desprecio, la necesidad de aprobación, la ansiedad, los celos, etc.
El miedo es, de alguna forma, como las aguas turbulentas de un río. En la orilla de enfrente, hay experiencias que anhelamos vivir. Para ello, tenemos que llegar allí. Mientras estemos en las aguas, lo pasaremos mal, pero podemos apoyarnos en la certeza (no en el consuelo) de saber que hay otra orilla.
Pero, claro, notemos que tampoco es obligatorio que nos zambullamos en esas aguas. Por fortuna, existen los puentes.
¿Y si hoy ponemos la primera piedra de nuestro puente?
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