sábado, 19 de marzo de 2011

Un pequeño cuento hindú (2)

Sólo se necesita miedo
Había un rey de corazón puro y muy interesado por la búsqueda espiritual. A menudo se hacía visitar por yoguis y maestros místicos que pudieran proporcionarle prescripciones y métodos para su evolución interna. Le llegaron noticias de un asceta muy sospechoso y entonces decidió hacerlo llamar para ponerlo a prueba.
  El asceta se presentó ante el monarca, y éste, sin demora, le dijo:
  - ¡O demuestras que eres un renunciante auténtico o te haré ahorcar!
  El asceta dijo:
  - Majestad, os juro y aseguro que tengo visiones muy extrañas y sobrenaturales. Veo un ave dorada en el cielo y demonios bajo la tierra.
¡Ahora mismo los estoy viendo! ¡Sí, ahora mismo!
- ¿Cómo es posible -inquirió el rey- que a través de estos espesos muros puedas ver lo que dices que ves en el cielo y bajo tierra?
  Y el asceta repuso:
- Sólo se necesita miedo.

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Cuando experimentamos miedo, renunciamos a expresar quienes somos, y elegimos mostrarnos como creemos que aquello que nos inspira temor espera que seamos.
En ocasiones, lo que mostramos complace al otro que observa, y esa aprobación externa nos reafirma en la inautenticidad.
Así, pasamos a actuar como los perros de Pavlov y sus reflejos condicionados, reaccionando de igual y repetido modo ante los estímulos que creemos iguales.
Pero esa aprobación ajena, al recaer sobre lo que mostramos, y no lo que somos, nos deja en estado de insatisfacción, eso que procurábamos obtener no llena el vacío interior que sentimos.
Sintiéndonos incompletos, temerosos, nos amoldamos al estímulo en la creencia de que así seremos completados, y el resultado es más vacío, más insatisfacción, y culpa: culpa por no obtener lo que esperábamos, culpa por no ser auténticos.
El miedo, así, no es más que el punto de partida de un círculo vicioso.
Ser conscientes de nuestras elecciones podrá hacer que, en ocasiones, no experimentemos miedo y, en otras ocasiones, a pesar de sentirlo, igual podamos movernos y salir del círculo.
A menudo, como dijo Leopoldo MARECHAL, “de los laberintos sólo se sale por arriba”.

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